La materialización de un país más maduro sigue siendo la esperanza que anima a este blog. Originalmente lo creé durante la negociación del gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC, que desembocó en el sorpresivo rechazo de los votantes. Aún podría uno sentirse inclinado a creer que Colombia no tiene más horizonte que intentar medianamente sobrevivir. Así ha sido por demasiado tiempo: la vida se nos convirtió en una fusión enfermiza de resignación con oportunismo. La permanente amenaza del colapso como nación nos condicionó a aceptar que las cosas queden hechas a medias y que las relaciones sociales se decidan por quién logra aprovecharse de quién. Algún día, que hoy no podemos imaginar, cuando la guerra deje de ser el tema que nos define, empezaremos a enfrentarnos a problemas de verdad, en los que deberíamos haber estado trabajando desde el principio pero nunca pudimos: cómo salir del subdesarrollo, cómo crear una presencia en el mundo, cómo aprovechar responsablemen
Ayer, exactamente en el mismo día en que Disney lanzó el trailer de la película Encanto , nos enteramos de que los asesinos del presidente de Haití fueron 26 exmilitares colombianos. La vida real no tiene libretista, pero un momento así tiene un sabor a ironía dramática, como si el libretista nos hubiera dejado fascinarnos por algunas horas con una fantasía para niños, para luego lanzarnos el baldado de que ahora somos exportadores de horror. Encanto aspira a representar apenas una selección cuidadosamente apta para niños de la colombianidad. Pero la sensación conjunta, de tener la película bonita y colorida y el horror sangriento al mismo tiempo en la cabeza, es el retrato completo. Ese sacudón emocional, ese encontronazo con el mundo, ese súbito desinfle de las ilusiones, es la experiencia básica de ser colombiano. Es un trauma colectivo que se podría resumir en ¿Para qué me emocioné? El colombiano que no reporte haber sentido ese trauma todos los días desde que tiene memoria es un