En el departamento de Caldas dos sacerdotes católicos fueron condenados por abuso sexual a menores, y además la Arquidiócesis de Manizales fue condenada a pagar una indemnización a las víctimas. Enojadísimo por el cobro, el Arzobispo envió cartas al abogado de las víctimas y a los jueces de ambos casos, maldiciéndolos por el terrible atrevimiento de quitarle dinero a la Iglesia.
Por supuesto, al Arzobispo le importan un pepino los niños violados. Lo que sí le duele es que le toquen su fortuna. Eso no sorprende. Pero hay otras implicaciones que deben tenerse presentes.
El argumento que intentan usar esas cartas es que la institución no puede ser castigada por los actos de un solo miembro. (Recuerden eso la próxima vez que ese tipo intente explicar por qué la humanidad entera carga los pecados del primer hombre.) Hay dos problemas con el argumento del Arzobispo:
Por supuesto, al Arzobispo le importan un pepino los niños violados. Lo que sí le duele es que le toquen su fortuna. Eso no sorprende. Pero hay otras implicaciones que deben tenerse presentes.
El argumento que intentan usar esas cartas es que la institución no puede ser castigada por los actos de un solo miembro. (Recuerden eso la próxima vez que ese tipo intente explicar por qué la humanidad entera carga los pecados del primer hombre.) Hay dos problemas con el argumento del Arzobispo:
- Los sacerdotes condenados estaban obrando como representantes públicos de esa institución y aprovecharon su elevada posición de prestigio social para cometer sus abusos. Un niño criado como católico en una ciudad tan goda como Manizales ya ha adquirido el peligroso hábito de hacer lo que ordene el cura.
- A estas alturas la violación de menores en la Iglesia Católica no es un problema de unas cuantas manzanas podridas sino de todo el manzanal. Es un fenómeno sistémico, estructuralmente ligado a las actividades del clero.
Por ambas razones la Iglesia Católica no puede evadir su parte de culpa en esta clase de asuntos, y por eso es justo que sea castigada. Tenemos que hacer cumplir el principio de que nadie en Colombia está fuera del alcance de las leyes del estado. Es ingenuo, cuando no irresponsable, dejar que los tribunales canónicos sigan atribuyéndose la jurisdicción sobre asuntos terrenales.
Y llama la atención que el Arzobispo haya lanzado una maldición sobre el abogado y los jueces que ordenaron su condena. ¿Quién se cree el Arzobispo para suponer que sus palabras tienen un efecto mágico sobre la suerte de las personas? ¿En qué siglo cree que vive? El abogado no se va a arruinar; más bien está sentando un precedente prometedor para que más víctimas reciban justicia. Quienes sí están expuestos a una vida maldita son los niños católicos de todo el mundo, que nunca tienen la certeza de estar a salvo.
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