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Por la ventana, muy lejos

Donald se despertó el sábado casi sin aliento. Así ocurre siempre. El peso que no lo deja respirar debería ser uno más abstracto, más emocional, como el peso de desmoronar la democracia y conducir al mundo al abismo. Pero Donald no siente ese peso. Este es un peso más concreto, más físico. Es el peso de su propio cuerpo. Es un cuerpo hecho de gustos simples.

A Donald le gustan las hamburguesas de McDonald’s. El peso estandarizado de la carne en una hamburguesa de McDonald’s es 30 gramos. El peso de Donald es 120 kilogramos. Todas las mañanas se verifica el profano milagro de que haya sobrevivido a la noche. Un hombre de 120 kilogramos sometido a una dieta casi exclusiva de hamburguesas no debería ser capaz de dormir y respirar al mismo tiempo, pero Donald puede.

Ese sábado Donald estaba enojado. En realidad, todos los días lo enoja algo. Lo enojan las mujeres, los gays, los negros, los chinos, los franceses, los ingleses, los periodistas, los comediantes, los historiadores, los economistas, los meteorólogos, los ingenieros ambientales, los fabricantes de turbinas eólicas, los profesionales de la salud mental, los activistas que defienden los derechos humanos, los congresistas opositores que desesperadamente tratan de evitar el desmoronamiento de la democracia y la caída del mundo al abismo, y los mexicanos. En especial lo enojan los mexicanos. A Patrick, un admirador de Donald, también lo enojan los mexicanos.

Donald no puede hacer nada, porque ni las mujeres ni los gays ni los negros ni los mexicanos van a dejar de existir mañana, así que todos los días se vuelve a enojar. Patrick no cree que no pueda hacer nada. Con Donald hay una excepción: a él no lo enojan los noruegos. Pero a los noruegos él sí los enoja, y es que además, desde la casa de Donald, México queda más cerca.

Junto a México queda Texas, que en otro tiempo fue México. Junto a Texas queda Nuevo México, que también fue México, y al igual que Texas, todavía está lleno de mexicanos, así que para fines prácticos es como si fuera otro México. A Donald no le gusta ser presidente de otro México. De Nuevo México se llega a Texas por la Autopista Interestatal Número 10, y la primera parada al entrar a Texas es la ciudad de El Paso, que, estando donde está, no podría tener mejor nombre. Junto a la Autopista Interestatal Número 10 queda el centro comercial Cielo Vista, el más grande de El Paso, con 134 tiendas y 10 millones de visitantes al año. Junto al centro comercial Cielo Vista queda un Walmart.

El Paso no queda cerca de la casa de Donald. La casa de Donald queda en Washington. Hay 2763,6 kilómetros entre el Walmart de Cielo Vista en El Paso y el Ala Oeste de la Casa Blanca en Washington. Es una casa de 132 habitaciones y 1,5 millones de visitantes al año.

A Donald no le gusta mirar por la ventana. Junto a su casa quedan muchas de las cosas que lo enojan: el Museo Nacional de Mujeres Artistas, el Museo Nacional de la Cultura Afro, el Museo de Arte Latinoamericano, la Academia Nacional de Ciencias y la Embajada de México. Ni siquiera saliendo del barrio encuentra cómo no estar enojado, porque junto a Washington queda la ciudad de Baltimore, que tiene un 63% de población afrodescendiente. Si va en la otra dirección, junto a Washington queda el estado de Virginia, el primer punto de entrada de africanos a Norteamérica. Podemos entender que Donald nunca salga a caminar por los alrededores de su casa. Nadie entiende por qué no se ha mudado de casa.

Una cosa que a Donald sí le gusta hacer es escribir en Twitter. Patrick, un hombre que lee mucho el Twitter de Donald, llegó al parqueadero del Walmart de Cielo Vista apenas antes de que dieran las 10:40 de la mañana en El Paso. Cuando son las 10:40 de la mañana en El Paso son las 12:40 en Washington. Normalmente, si es que en estos tiempos lo normal todavía existe, a esa hora aún no ha empezado el día de Donald, y esa mañana, como todas las mañanas, Donald se puso a escribir en Twitter sobre toda la gente que lo enoja. También se puso a ver televisión. Un hombre que nunca sale a caminar por los alrededores de su casa tiende a ver mucha televisión. ¿Qué más podría ponerse a hacer? ¿Mirar por la ventana? Si hubiera mirado por la ventana, no habría alcanzado a ver a Patrick, que en ese momento ya estaba matando a 22 personas con un fusil semiautomático porque no le gustaba ver mexicanos en ese Walmart. No, si Donald hubiera mirado por la ventana de su casa, le habría tapado la vista un gigantesco obelisco. Donald no lo sabe, pero los obeliscos fueron inventados en Egipto.

Donald tampoco lo sabe, pero los egipcios creían que las personas solamente podían ir al cielo si los pecados en su corazón pesaban menos que la pluma de la verdad. Ese juicio se llevaba a cabo en una región del mundo de los muertos llamada el Salón de las Dos Verdades. Es un nombre que le gustaría a Donald. Le gustaría más que comerse 10 hamburguesas.

Esa mañana Donald estaba ocupado escribiendo en Twitter quejas, amenazas, regaños. No notó el movimiento del aire a través de la ventana. La velocidad del sonido a través del aire es 343 metros por segundo. Las reverberaciones de los balazos tardan dos horas y un cuarto en viajar del rifle de Patrick en El Paso a los oídos de Donald en Washington, y cuando llegan ya son imperceptibles. Tampoco nota la sutil sacudida del suelo. Existen animales que pueden sentir las ondas sonoras que viajan por el suelo, pero Donald no puede. La velocidad del sonido a través del suelo es 7 kilómetros por segundo. Las vibraciones que produce cada muerto al caer tardan 6 minutos y medio en viajar del suelo del Walmart en El Paso a los pies de Donald en Washington.

A cada muerto lo juzgan sus dioses. Los 22 muertos de El Paso no eran egipcios. Cuando moría un egipicio, la diosa Maat ponía su corazón en la balanza mientras el muerto juraba delante de otros 42 dioses que no había sido mala persona. Es una confesión difícil. No he pecado. No he dicho mentiras. No he lanzado maldiciones. No he sido adúltero. No he hecho llorar a nadie. No me he enfurecido sin motivo. No he causado temor a nadie. No he cerrado mis oídos a la verdad. No he provocado divisiones. No me he lanzado a juzgar sin prudencia. No me he dado excesiva importancia a mí mismo. No me he enriquecido deshonestamente. No les he quitado la comida a los niños.

Solo los dioses de Egipto sabían quién podía jurar que era inocente de todos esos pecados. Pero sabemos que Donald no puede. Junto a la ciudad de El Paso queda la ciudad de Tornillo, donde quedan los estudios de grabación musical en zona residencial más grandes del mundo. Junto a Tornillo queda el Puente Internacional Fabens-Caseta, un paso fronterizo entre Estados Unidos y México que fue construido en 1938. Junto al puente queda el Puesto de Entrada Marcelino Serna, que funciona como centro de peaje y control de aduanas entre los dos países. Ni a Patrick ni a Donald les habría caído bien Marcelino Serna. Fue un mexicano que entró ilegalmente a Estados Unidos en 1916 y terminó peleando en la Primera Guerra Mundial en el ejército de Estados Unidos. Ganó 11 condecoraciones. Junto al Puesto de Entrada Marcelino Serna funcionó, hasta enero de 2019, un campamento administrado por la Oficina de Reubicación de Refugiados del Departamento de Salud y Servicios Humanos. Por ahí pasaron alrededor de 6200 niños que las autoridades migratorias separaron de sus familias al momento de entrar al país. El campamento fue cerrado por denuncias de esos congresistas opositores que tanto enojan a Donald como los mexicanos en Walmart enojan a Patrick.

Entonces, ¿dónde está bien que haya mexicanos en un Walmart? La frontera sur de Texas tiene dos puntos extremos. Uno de ellos, al oeste, es El Paso. El otro extremo, en la costa del Golfo de México, es Brownsville. Allí funciona otro campamento para inmigrantes: el centro de detención Casa Padre. Fue inaugurado en 2017 y alberga unos 1500 niños. La comida, según testimonios de los propios niños, es atroz. El edificio donde funciona Casa Padre era antiguamente un Walmart.

Cuando Patrick empezó a disparar, muchos de los clientes del Walmart de El Paso se escondieron bajo las mesas de un McDonald’s que queda dentro de la tienda. Allí no estaba Donald. Donald estaba en su casa, gritándole al televisor, gritándole a su teléfono, gritándole a la gente que lo mantiene vivo, alimentado y a salvo de balas. Es un hombre perpetuamente enojado, y esa rabia se contagia. Patrick tiene la misma rabia de Donald. Donald no estuvo allí mientras Patrick disparaba, pero podríamos decir que estuvo en espíritu.

Los egipcios creían que el corazón era el asiento del espíritu, y por eso para juzgar a los muertos había que pesar el corazón. La mediana del peso de una bala de fusil es 13,5 gramos. El peso de 22 balas de fusil es casi 300 gramos, el mismo que el de un corazón humano, o el de 10 hamburguesas. Pero Donald no siente ese peso.

Junto a El Paso queda Ciudad Juárez, que en otro tiempo también se llamó El Paso, El Paso del Norte. O sea que El Paso del Norte queda al sur del otro Paso. Ahora se llama Ciudad Juárez en honor de un hombre que dijo que la paz consistía en respetar los derechos ajenos. Ese hombre era mexicano. A Donald no le gustan los mexicanos, pero de todos modos no es probable que Donald haya oído hablar del señor Juárez. Ni siquiera tiene ganas de mirar por la ventana de su casa. La verdad es que no es tan difícil respetar los derechos ajenos. Pero Donald no puede.

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