Ir al contenido principal

Ganas de despegar


Entre 1830 y 1928, Colombia fue perdiendo gradualmente mordisquitos y mordisquitos de territorio hasta llegar al perímetro que nos es familiar. Ver los mapas de las etapas intermedias me causa un efecto surreal, como si fueran fósiles transicionales de países extintos.
Colombia en 1908, con otros órganos internos y extremidades perdidas.
Fuente: Wikipedia

Debo aclarar: a mí esas cuestiones del honor nacional y la dignidad de la patria me causan náuseas. La condición de colombiano no enaltece más que la condición de polaco o tailandés (pero entiendo completamente a quien se sienta mal por haber nacido norcoreano). Si los seres humanos valemos todos lo mismo, para tener una vida decente no debería importar, al menos en teoría, dónde viva uno ni cómo se llame su pedazo de tierra. Las diferencias en calidad de vida son contingentes y transitorias: en 1901 se vivía mejor en Argentina que en Finlandia, pero se pone uno a llorar si compara con 2001. No hay ninguna "esencia" nacional que haga a un país inmutablemente mejor que otro. Por eso no me importa que Nicaragua nos gane el mar: ningún gobierno es eterno, y menos uno infectado de chavismo.

(En un mundo más racional ni siquiera existirían países, pero esa es una aspiración a más largo plazo.)

A juzgar por la facilidad con que Colombia cedió y cedió territorio durante el siglo XIX, pareció aplicarse el mismo principio: en las descripciones oficiales de nuestra historia no se advierte ninguna indignación ni protesta por los continuos redibujamientos del mapa. Mi sospecha es que, siendo tierras selváticas y remotas, a nuestros gobernantes les daba igual a qué país pertenecieran.

Excepto la tierra selvática y remota de Panamá. Eso sí nos importa, o más bien nos enseñan que nos tiene que importar. La cuestión no es para nada el orgullo patriótico: la razón obvia por la cual nos acordamos más de ese pedacito de tierra que de todos los demás pedazos, mucho más grandes, que alegremente regalamos a otros países es que esos otros territorios no valen las ganancias que esperábamos recibir por la operación del canal (aunque en Colombia tenemos un récord lamentable en materia de aprovechar las ganancias de nuestros recursos, y el mismo Panamá tuvo que aguantarse estar partido por la mitad por un siglo de ocupación gringa).

Roosevelt tenía en el control del Canal de Panamá el mismo interés estratégico que Carter tenía en el control del Golfo Pérsico y que la Corona Británica tenía en el control del Canal de Suez (y Rusia está muriéndose de ganas de que el Océano Ártico se termine de descongelar). Cuando Nasser nacionalizó el Canal de Suez, expuso una debilidad del colonialismo tardío: a diferencia del oro y la plata, las obras de infraestructura no se pueden montar en un barco y llevar a la metrópoli.

Los franceses dejaron ese hecho muy claro cuando Haití se independizó. Para que se hagan una idea de cómo se comportó Francia con Haití, piensen en un marido que pierde la demanda de divorcio y decide quemar la casa y matar al perro. En 1825, Francia decidió exigirle a Haití el pago de "reparaciones" por la pérdida del lucrativo régimen esclavista, a cambio de reconocer su independencia. Apenas en 1947 fue capaz Haití de terminar de pagar los intereses sobre esta deuda impuesta.

(Por la internet circula la idea de que en 1958 la administración colonial francesa destruyó la infraestructura productiva de Guinea antes de irse, y que otros países africanos quedaron obligados a pagar impuestos gigantescos a Francia para no recibir el mismo trato, pero no he encontrado pruebas sólidas de esas afirmaciones.)

Esta semana Francia elegirá nuevo presidente, con candidatos de todos los colores, olores y sabores, y es imposible pronosticar quién ganará. Además de ser crucial para la cuestión de qué pasará con la Unión Europea, la elección también tendrá consecuencias por aquí. El departamento de Guayana Francesa, último residuo colonial en Suramérica (no me vengan con las Malvinas, que esas por donde se las mire son inglesas), está paralizado por huelgas, protestas y disturbios motivados por el abandono presupuestario por parte de París.

La Guayana Francesa es una anomalía, un fósil viviente del Imperio Francés. Legalmente es parte integral de Francia (tal como pasaba con Argelia), así que sus habitantes deberían, al menos en teoría, tener los mismos derechos y el mismo estándar de vida que el resto de la Unión Europea. Muchos países tienen problemas parecidos (recordemos la diferencia entre el estándar de vida de los niños guajiros y el de los niños bogotanos), pero pocos países tan ricos como Francia tienen un pie metido en el Tercer Mundo (por el lado gringo está Puerto Rico, que sufre el mismo abandono del gobierno imperial).

Los manifestantes han sacado un as bajo la manga, tan trascendental como el que nos costó Panamá, tan potente como el que usó Nasser: en la Guayana Francesa están las pistas de lanzamiento de la Agencia Espacial Europea. La consigna es: si la economía del departamento no despega, ningún cohete lo hará. Por un problemita administrativo de Francia puede salir perjudicada toda Europa.

Nadie ha sugerido resolver esta crisis con una declaración de independencia, pero no me sorprendería para nada que en los próximos días se le ocurriera a alguien (es exactamente la clase de idea populista y atrevida que Chávez estaría promoviendo si aún viviera, en simultánea con el despedazamiento de la Guayana inglesa). La respuesta de Francia dependerá de quién reciba más votos este domingo. Incluso si la leyenda sobre Guinea no está sustentada, lo que sí se puede afirmar, habiendo visto los casos de Haití y Argelia, es que Francia es muy mal perdedor cuando se trata de territorio.

Comentarios