Ir al contenido principal

Tenemos que hablar de Patty

El Chavo y Quico se dieron puños durante toda la década de los 70, la misma época en que Tom y Jerry tuvieron que dejar de lanzarse bombas y el Correcaminos estaba haciendo televisión educativa. Si los vecinos de un barrio latinoamericano de verdad se trataran unos a otros como el elenco de El Chavo del Ocho, la policía tendría que pedir refuerzos todos los días. Por supuesto, El Chavo del Ocho nunca intentó ser realista, aunque tuvo éxito en fingir que lo era: todos nos vimos retratados en la vecindad, porque, al igual que Cantinflas, nos daba una mirada con microscopio a las tensiones de clase propias de la vida en el Tercer Mundo. Ninguna comedia en televisión latinoamericana tuvo un alcance similar (hasta que llegó Betty la Fea, una fábula feminista cuya moraleja fallida fue expresada mejor en Shrek).

El Chavo del Ocho fue fruto de un clima cultural que ya no existe. Ningún productor de la actualidad se arriesgaría a poner su firma en una comedia que toma la pobreza extrema, la orfandad, la viudez, la soledad de la vejez, la indigencia, la inanición, la obesidad mórbida y el maltrato infantil como temas de chiste. Acerca del maltrato infantil mi sospecha es que nos parecía aceptable reírnos de los pellizcos y coscorrones porque quienes los recibían eran actores adultos, y ver a un actor adulto llorar sobreactuadamente es siempre gracioso. Si Chespirito hubiera contratado niños de verdad, las escenas de golpes no habrían sido comedia.

Ver adultos en papeles de niños nos dio permiso de ignorar la violencia en El Chavo del Ocho, pero el costo de evitar esa complicación fue añadir otra, y su nombre es Patty.

"¿Pamí?"

La adición de un personaje nuevo dentro de un formato narrativo ya establecido tiene muchas maneras posibles de salir mal. Cuando apareció Patty, El Chavo del Ocho era un producto formado, sólido, con una estructura que lo definía. Patty es un ejemplo de todo lo que un autor no debe hacer: en lugar de ser un personaje por derecho propio, con identidad y humanidad, Patty es un objeto. No sabemos nada de su personalidad, sus opiniones, sus gustos ni sus intereses. En comparación con un personaje tan claramente delineado como la Chilindrina, ni siquiera sabemos qué piensa Patty de sí misma. Carecer de todos esos atributos puede ser normal en un personaje secundario (la vecina de Chaparrón Bonaparte solamente existe para pedir prestado azúcar), pero Patty es el interés romántico del protagonista. No hay excusa para el desarrollo tan pobre que tiene este personaje. Al igual que su tía Gloria (de quien también tenemos que hablar), Patty existe solamente para ser deseada.

Y aquí empieza el enredo: dentro de las reglas de su universo narrativo, el personaje Patty es una niña, pero la apariencia física por la cual es deseada es la de su actriz adulta. Patty es al mismo tiempo una niña sexualizada y una mujer sexualmente atractiva infantilizada. Igualmente, el Chavo es un niño, que solo conoce el amor platónico, pero lo expresa con el cuerpo de su actor adulto. Entonces tenemos un hombre adulto que finge ser un niño que está enamorado de una niña que realmente es adulta. Cuando en el mundo de la vecindad Patty besa al Chavo, en el mundo real tenemos a una mujer adulta besando a un hombre adulto, y a ambos fingiendo que es cosa de niños. Patty es el objeto de deseo de Schrödinger: simultáneamente es y no es lícito desearla.

Patty ni siquiera es un personaje completo: es solamente la mitad del combo Patty-Gloria. La una no tiene una trama separada de la otra. Patty-Gloria conforman una unidad narrativa que hace las veces de un solo personaje, en este caso un arquetipo: la recién llegada que viene a perturbar la vida normal de una comunidad. Por ser también parte de un combo, Gloria tiene menos personalidad que Patty, si eso es posible, y tratándose de un personaje adulto eso es todavía menos excusable. Su función es puramente mostrar la cara y fascinar a Don Ramón. Patty por lo menos tiene un oso de peluche.

A su edad, Patty todavía no ha aprendido el concepto de deseo, lo que hace que sus interacciones afectivas sean desiguales: ella recompensa espontáneamente con besos a los niños que son caballerosos con ella, pero para esos niños los besos de Patty son una satisfacción erótica de la que ella permanece ignorante. No estoy exagerando para nada: Don Ramón se desmaya con un beso de Gloria de la misma manera en que el Chavo se desmaya con un beso de Patty. Dentro del propio universo narrativo Don Ramón y el Chavo expresan la misma capacidad de respuesta erótica (y al parecer Gloria es tan ignorante de su poder sexual como lo es Patty).

El enredo se extiende afuera del escenario: la actriz que representó a Patty ya era parte de la nómina de Televisa, como asistente de producción de El Chavo del Ocho. En otras palabras, era empleada de Chespirito. Ana Lilian de la Macorra tenía 21 años cuando le ordenaron besar en televisión a un hombre de 49. A la infantilización de una mujer, la sexualización de una niña y la posesión implícita en el chiste Patty/Pamí tenemos que agregar ahora las relaciones de poder inherentes a la subordinación laboral y la diferencia de edad. Este caso llena las casillas del bingo del sexismo.

Patty existe en un plano completamente diferente del que ocupa la niña pelirroja de Charlie Brown. Aunque también es menos que un personaje, la niña pelirroja es un recurso para explorar las vulnerabilidades de Charlie, mientras que Patty es un recurso para explorar las vulnerabilidades de Patty. La verdad es que El Chavo del Ocho, con la falta de personajes femeninos que lo aquejaba, no necesitaba tener un personaje como Patty. Incluso la Popis, con su estupidez legendaria, tenía cosas más interesantes que decir.

Comentarios