El caso de Perú y Fujimori debería servirnos de advertencia a todos los que llevamos rato preocupados con Uribe. Ya he dicho antes en este blog que una hipotética tercera presidencia de Uribe habría acabado necesariamente en fujimorazo, aunque no es seguro que hubiéramos tenido aquí la misma madurez política que tuvieron allá para meterlo a la cárcel. Seguimos siendo el país que absolvió a Ernesto Samper.
Sin embargo, en esta última semana Perú perdió la cima moral que ocupaba con respecto a nosotros: el presidente Pedro Kuczynski, que apenas acababa de sobrevivir a un juicio político con intención de destitución, instigado por congresistas del fujimorismo, ha indultado a Fujimori, en una movida que tiene todo el aspecto de ser fruto de una negociación política.
Kuczynski calculó muy mal esta decisión. Primero que todo, les confirmó a los fujimoristas que pueden tomar como rehén al gobierno para obtener lo que quieran. Pero además abrió el camino a consecuencias inesperadas: ya hay quienes exigen que se indulte también al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. La bola de nieve puede ser imparable.
La campaña de Fujimori para arrasar con la guerrilla fue brutal y devastadora, exactamente como habría querido hacerlo Uribe. Debemos ser delicados con la escogencia de lecciones de este caso. Nuestra guerra termina con muchísimos indultos, pero aquí fueron cuidadosamente acordados en un proceso lento y supervisado por todos lados. Nuestros perdones están sujetos a una revisión caso por caso y son revocables si se demuestra incumplimiento de una lista larga y estricta de condiciones. No hay punto de comparación con el trueque vulgar que fue el indulto a Fujimori. La lección no es que ambos bandos en una guerra pueden ser dignos de perdón; eso ya lo sabemos. La lección es que debemos estar muy alertas a lo que los uribistas puedan llegar a ofrecer (o amenazar con quitar) para que les dejemos quieto a su patrón.
Sin embargo, en esta última semana Perú perdió la cima moral que ocupaba con respecto a nosotros: el presidente Pedro Kuczynski, que apenas acababa de sobrevivir a un juicio político con intención de destitución, instigado por congresistas del fujimorismo, ha indultado a Fujimori, en una movida que tiene todo el aspecto de ser fruto de una negociación política.
Kuczynski calculó muy mal esta decisión. Primero que todo, les confirmó a los fujimoristas que pueden tomar como rehén al gobierno para obtener lo que quieran. Pero además abrió el camino a consecuencias inesperadas: ya hay quienes exigen que se indulte también al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. La bola de nieve puede ser imparable.
La campaña de Fujimori para arrasar con la guerrilla fue brutal y devastadora, exactamente como habría querido hacerlo Uribe. Debemos ser delicados con la escogencia de lecciones de este caso. Nuestra guerra termina con muchísimos indultos, pero aquí fueron cuidadosamente acordados en un proceso lento y supervisado por todos lados. Nuestros perdones están sujetos a una revisión caso por caso y son revocables si se demuestra incumplimiento de una lista larga y estricta de condiciones. No hay punto de comparación con el trueque vulgar que fue el indulto a Fujimori. La lección no es que ambos bandos en una guerra pueden ser dignos de perdón; eso ya lo sabemos. La lección es que debemos estar muy alertas a lo que los uribistas puedan llegar a ofrecer (o amenazar con quitar) para que les dejemos quieto a su patrón.
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