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Bajo una siniestra sonrisa

Por alguna razón, el antropomorfismo es exageradamente popular en Japón. Les encanta representar objetos, instituciones, productos y conceptos abstractos con la forma de niñas adorables. Literalmente a cualquier cosa se le puede dar ese tratamiento:

Se supone que esta niña es Wikipedia.

Torpe, impredecible y llena de problemas: así es Windows Millennium.

Los personajes de este manga son los artículos de la Constitución de Japón.

Estos ejemplos son inofensivos. Pero, como la naturaleza de la internet es arruinarlo todo, hay casos más controversiales:

Cuando no está matando gente, el virus del ébola es más bien lindo.

Este personaje representó a Afganistán en una serie de cómics.

A alguien se le ocurrió que era buena idea ponerle una cara tierna al Estado Islámico.

Pues bien, este año recibió muchos elogios la serie animada Hataraku Saibou  ("Células Trabajadoras"). El escenario de la trama es el torrente sanguíneo de un cuerpo humano, y nuestros personajes son los glóbulos rojos que transportan oxígeno a todas las células, y los glóbulos blancos que combaten infecciones. Mediante el recurso del antropomorfismo, nos enteramos de los retos diarios que enfrentaría uno si le tocara cargar moléculas de gas por todo el cuerpo o destruir una horda de estreptococos hambrientos. Es una obra difícil de catalogar: cada capítulo contiene elementos de comedia de oficina, comedia romántica, Bildungsroman, suspenso policíaco, aventura de acción, invasión extraterrestre, drama de hospital y horror apocalíptico, al mismo tiempo. La serie ha sido usada como herramienta educativa para estudiantes de medicina, porque es mucho más fácil recordar las funciones de cada tipo de célula inmunitaria si uno las asocia con un color específico. De manera que Hataraku Saibou tiene mucho a su favor: es informativa, entretenida y muy ingeniosa.

También es una insidiosa herramienta de adoctrinamiento en la cultura corporativa japonesa.

Damas y caballeros: la siniestra sonrisa de la conformidad.

En el mundo de las células sanguíneas no hay lugar para la expresión individual: cada una es entrenada desde su nacimiento para el único trabajo que harán durante toda su vida, un trabajo que no fue elegido por ellas sino que está irreversiblemente atado al tipo de célula al que pertenecen. A un glóbulo rojo se le enseñan las funciones de un glóbulo rojo y nunca hay lugar a la menor discusión sobre otras vocaciones, intereses personales o siquiera tiempo libre. Es prácticamente un sistema de castas con una base racial.

Este determinismo genético impregna las decisiones de los personajes: puesto que el interés supremo no es la realización individual sino el bienestar del cuerpo en su conjunto, las células solamente toman las acciones que beneficien al cuerpo, sin considerar jamás sus propias preferencias. La eterna guerra de los glóbulos blancos contra las bacterias nunca se describe en términos de vocación profesional (ni siquiera en términos de gusto personal), sino en términos fatalistas: no hago esto porque me da satisfacción, sino porque es mi trabajo.

Es mi trabajo: constantemente se repite este mantra en la serie. Los personajes no son definidos por rasgos distinguibles de personalidad sino por criterios puramente funcionales. Ni siquiera tienen nombres: cada célula es simplemente otra más en una gran masa intercambiable. Y para que no les quede duda a los espectadores sobre la postura política de la serie, nuestras células lo disfrutan: están encantadas de vivir sujetas a los imperativos de un sistema que no está diseñado para beneficiarlas sino para servirse de ellas.

Este es el riesgo de simplificar las explicaciones: en teoría no hace ningún daño entender el cuerpo humano como una sociedad, pero una vez estamos inmersos en la metáfora, corremos el riesgo de darle la vuelta al lente y entender la sociedad como un cuerpo. En cuanto hacemos eso, hemos caído en la trampa de Hataraku Saibou, porque visto así, el cuerpo humano refleja a la perfección el funcionamiento de un régimen fascista.

Consideremos la manera como se traducen las enfermedades al esquema narrativo de la serie: si adoptamos la metáfora del cuerpo como sociedad, una célula cancerosa es un individuo fuera de control, que roba recursos del fondo común y debe ser eliminado antes de que se reproduzca y destruya el bienestar colectivo. Y ese es exactamente el enfoque que utiliza la serie durante los dos capítulos que abordan el tema del cáncer.

Una bacteria es algo todavía peor: es un ser esencialmente diferente, ajeno, que no tiene ningún derecho a invadir las fronteras de la sociedad, que únicamente es capaz de causar destrucción, y que también merece ser eliminado. Dentro de la misma metáfora, las células inmunitarias son las fuerzas del orden, los salvadores de la sociedad (y no por decisión personal, sino porque esa es su naturaleza y para eso fueron criados).

Esta visión esencialista tiene implicaciones problemáticas si analizamos la metáfora desde el otro ángulo, viendo la sociedad como un cuerpo: ahora tenemos una receta infalible para la adicción al trabajo, la conformidad ideológica y la xenofobia.

O sea, Japón.

Comentarios

  1. Curioso: antropomorfizan las cosas y cosifican a las personas. Sólo en Japón

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