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Por los daños recibidos

Esta semana el presidente de México le pidió al gobierno español que ofrezca disculpas por la conquista de las tierras americanas. El gobierno español ya contestó que no hay el menor riesgo de que eso ocurra, pero, incluso si a uno le son indiferentes las atrocidades que pasaron hace siglos, el atraso del Tercer Mundo hace que todavía esté pendiente la discusión sobre las responsabilidades de los poderes conquistadores sobre las tierras conquistadas. Es improbable que en el resto de este siglo Bolivia deje de reclamarle a Chile su porción de costa, Japón se sigue haciendo el de la vista gorda con el azote al que sometió toda la costa asiática, y Rusia todavía debe Crimea, pero la cuestión de los agravios por invasión del territorio es mucho más larga y enredada, como bien sabe cualquier cisjordano.

Por supuesto, la solución incorrecta es la que se inventaron los franceses, que por más de un siglo le cobraron a Haití una indemnización por haberse independizado. Pero la solución correcta, que sería devolver a América las riquezas que saquearon los españoles, es impracticable: la plata boliviana le dio varias vueltas al mundo hasta acabar en China.

Contando solamente los imperios español y británico se suma una lista pavorosa de crímenes contra la humanidad, pero hoy no queda nadie vivo a quien encarcelar por ello. Yo no soy partidario de asignar culpas colectivas. No apruebo condenar a naciones enteras. Y la cuestión de asignar culpas se complica todavía más por el hecho de que todos los que cometieron barbaridades en la conquista de América ya están muertos. Los europeos de hoy no son responsables por lo que hicieron los europeos de ayer. Pero sí son los beneficiarios de una Europa que solamente se hizo grande y poderosa sobre los lomos del resto del mundo. De manera que la solución que yo propondría no pasa por las vías penales sino por las vías humanitarias. Si es diplomáticamente imposible conseguir reparaciones económicas, organicemos redes de cooperación cultural y transferencia de tecnología.

Lo que al presidente mexicano le falta entender es que precisamente lo más inútil es exigir una disculpa. No hay gesto más contraproducente entre países que intercambiar heridas al orgullo. Por supuesto, aquí viene a colación el Tratado de Versalles, y quienes crean que en ese momento se justificaba humillar a Alemania tendrán también que exigirle cuentas a Francia por las cochinadas de Napoleón. Y a partir de allí no habría límite: Paraguay se pasaría la vida exigiendo reparación de sus vecinos, Bangladesh nunca acabaría de darse puños con Pakistán, España protestaría ante Arabia Saudita por los siglos del califato, el Reino Unido le reclamaría a Italia la invasión en tiempos romanos, Irán se quejaría con Grecia por las guerras de Alejandro, Polonia no se callaría nunca, y Mongolia quedaría sepultada en notas diplomáticas. Nadie se salva. Quienes fueron víctimas en algún momento fueron también victimarios en otro. Los indonesios fueron colonizados tantas veces que su baja autoestima se volvió un asunto de política exterior, pero eso no les impidió barrer el piso con Timor Oriental. Y todavía hoy los palestinos están pagando los platos rotos de Alemania. En el juego de echar la culpa pierden todos.

Oigo que alguien del público pregunta: ¿y acaso qué males cometió México, como para que no le pueda hacer reclamos a España? Nadita, solo el expansionismo militar del Imperio Azteca y sus 10.000 sacrificios humanos anuales (como mínimo). A los nostálgicos del indigenismo siempre se les olvida que lo que había aquí también eran imperios, exactamente tan guerreristas y opresores como cualquier imperio de cualquier época. Los Aterciopelados se equivocan: esto no era ningún paraíso.

A veces creo que la sede de las Naciones Unidas debería estar repartida entre Tailandia y Etiopía, los únicos países que nunca fueron colonizados. Pero entonces miro cómo van en derechos humanos, y me callo.

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