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Vista desde afuera


—Buenos días, profesor.
—Buenos días, señor Chang. ¿Hizo la tarea de derivaciones verbales?
—¡Sí! ¡Fue un martirio!
—¿Por qué se altera? ¿Qué le pasó?
—Estoy harto del español. Sus derivaciones verbales sufren de una irregularidad horripilante.
—Todo el español sufre de una irregularidad horripilante.
—¿Y así viven? ¿Cómo funciona una civilización con un idioma tan desastroso?
—Siéntese, señor Chang. ¿Por qué no me muestra su tarea?
—Mire. Mire toda esta barbaridad.
—Llenó muchísimas páginas. Se nota que hizo una averiguación profunda.
—Sí, averiguación, acto y efecto de averiguar. Pero el acto y efecto de apaciguar no es la apaciguación sino el apaciguamiento.
—Ya veo qué fue lo que le irritó tanto. Los sufijos no son constantes.
—¡Nada en español es constante! El acto y efecto de irritar es la irritación, pero el acto y efecto de gritar no es la gritación sino el grito.
—¿Y eso es tan terrible?
—Ahí no acaba la cosa. El acto y efecto de volar es el vuelo, y el de nadar es el nado, pero el de trotar no es el troto sino el trote.
—Son cositas que hay que memorizar.
—¿Cositas? ¿Me está hablando de cositas? ¿Cómo es posible que el acto y efecto de restituir sea la restitución, el de constituir sea la constitución, el de instituir sea la institución, pero el de intuir no sea la intución sino la intuición?
—Eso se va practicando con el tiempo.
—¡Practicar! El acto y efecto de practicar es la práctica, y el de replicar es la réplica, y el de suplicar es la súplica, pero el acto y efecto de complicar no es la cómplica, y el de implicar no es la ímplica. ¿Cómo pretende que uno aprenda español así?
—Como se aprende todo: con esfuerzo.
—Yo quiero hacer el esfuerzo, pero querer no es suficiente. El acto y efecto de querer es la querencia, pero el de intentar no es la intentancia sino el intento. El acto y efecto de cantar es el canto, pero el de armonizar no es el armonizo sino la armonización. El acto y efecto de memorizar es la memorización, pero el de persistir no es la persistición sino la persistencia. El acto y efecto de carecer es la carencia, pero el de faltar no es la faltancia sino la falta. El acto y efecto de hablar es el habla, pero el de plegar no es el pliega sino el plegamiento. El acto y efecto de forzar es el forzamiento, pero el de aguantar no es el aguantamiento sino el aguante. El acto y efecto de sacar es el saque, pero el de abrir no es el abra sino la apertura. El acto y efecto de escribir es la escritura, pero el de dibujar no es la dibujatura sino el dibujo. El acto y efecto de desembarcar es el desembarco, pero el de abordar no es el abordo sino el abordaje. El acto y efecto de pesar es el pesaje, pero el de hartar no es el hartaje, ni el harte, ni el harto, ni el harta, ni la hartancia, ni la hartación, ni el hartamiento, ni la hartadura, ¡sino el hartazgo!
—Creo que con eso es suficiente. Me queda clara su molestia.
—Acto y efecto de molestar. ¿Entonces por qué el de protestar no es la protestia?
—Ya no siga. Yo sé lo que me está diciendo. Uno desearía que el español fuera más regular, pero hay que ceder.
—El acto y efecto de ceder es la cesión, el de conceder es la concesión, el de interceder es la intercesión, el de suceder es la sucesión, pero por alguna maldad esencial del universo, el de retroceder es el retroceso, y el de preceder es la precedencia.
—Está escogiendo deliberadamente ejemplos odiosos.
—¡Escoger! El acto y efecto de escoger es la escogencia, pero el de decidir no es la decidencia sino la decisión. El acto y efecto de ver es la visión, pero el de entender no es la entensión sino el entendimiento. Y para colmo, el acto y efecto de fundar no es el fundamiento sino el fundamento. ¡Es para enloquecerse!
—Solamente me está dando la razón. ¿No está viendo que se aprendió muy bien cada uno de los casos?
—¡Porque me dejaron traumatizado para toda la vida! ¿Cómo se explica que el acto y efecto de arrendar sea el arrendamiento, el de tratar sea el tratamiento, y el de cerrar sea el cerramiento, pero también existan el arriendo, el trato y el cierre?
—Muchas palabras tienen más de una derivación.
—Ah, ni me hable de eso. Esas palabras son una pesadilla. ¿Cómo me refiero al acto y efecto de estar, cuando existen la estancia, el estado y la estadía?
—Así funciona la evolución de los idiomas.
—¡No tiene sentido! Mire el verbo componer: el acto y efecto de componer es la composición, pero también la compostura, la componenda y el compuesto. ¡Y significan cosas diferentes!
—Muchas de esas palabras ya existían en latín, y llegaron al español en momentos diferentes. Eso solamente enriquece nuestro repertorio.
—¡Pero tortura a los extranjeros que quieren hablar español! El latín dejó huérfanos regados por todo el idioma. El acto y efecto de leer es la lectura, pero el de oír no es la oitura sino un fósil: la audición. Toca remontarse hasta el latín para encontrar que el acto y efecto de poder es la potencia, y el de ser es la esencia. Y el acto y efecto de dormir tiene que pedir prestado el de adormecer, que es el adormecimiento, porque el suyo propio es una palabra que nadie usa: la dormición.
—No haga tanto drama, señor Chang. No es para que se cuelgue.
—¿De qué manera? ¿Una colgada, una colgadura, un cuelgue o un colgamiento?
—Le sugiero que recoja sus papeles y programemos la clase para otro día.
—Claro, yo puedo recoger mis papeles. ¿Cómo lo hago? Porque no es lo mismo una recogida que un recogimiento, una recolecta o una recolección.
—¿Por qué no nos concentramos más bien en los avances que ha hecho? Mire, por ejemplo, que logró aprenderse el artículo correcto para cada sustantivo.
—¡No por gusto! No tiene el menor sentido que el acto y efecto de recorrer sea el recorrido pero el de jugar no sea el jugado sino la jugada. El acto y efecto de borrar es el borrado pero el de herir no es el herido sino la herida. Contésteme, profesor: ¿cómo caben el supuesto, el barrido, el acabado, el gruñido, el bramido, el hecho y el sembrado en el mismo idioma que la mirada, la llamada, la cortada, la vuelta, la subida, la movida y la bajada?
—Veo que se aprendió muy bien las derivaciones de acto y efecto. Pero esa no era toda la tarea.
—Claro que no. Usted también me condenó a estudiar las derivaciones de agente y de lugar. Y creí que iba a ser más fácil, pero caí en el acto y efecto de errar, que contra toda lógica es el yerro.
—Cuénteme.
—El lugar para matar es el matadero, pero el lugar para oír no es el oidero sino el auditorio. El lugar para dormir es el dormitorio, pero el lugar para vivir no es el vivitorio sino la vivienda. El lugar para hacer labores es la hacienda, pero el lugar para vestirse no es la vistienda sino el vestidor. El lugar para correr es el corredor, pero el lugar para sentarse no es el sentador sino el asiento.
—¿Va a seguir, señor Chang? Nos hemos gastado la clase en quejas y ya va a ser hora de comer.
—¡Comer! ¡El peor verbo de todos! El agente que come y el lugar donde se come son la misma palabra: el comedor. La cosa que se come y el momento de comer son la misma palabra: la comida. Y ni hablar de comestible, que ha de ser la palabra más fea del español.
—No, la palabra más fea del español es cejijunto.
—Profesor: si la propiedad de estar junto es la juntura, ¿existirá la propiedad de la cejijuntura?
—Ni siquiera el español es capaz de tanto horror.
—Las derivaciones de propiedad también me están rompiendo la cabeza.
—A ver.
—La propiedad de ser sabio es la sabiduría, pero la de ser diestro no es la destriduría sino la destreza. La propiedad de ser bajo es la bajeza, pero la de ser ancho no es la ancheza sino la anchura. La propiedad de ser alto es la altura, pero la de ser profundo no es la profundura sino la profundidad. La propiedad de ser claro es la claridad, pero la de ser estrecho no es la estrechidad sino la estrechez. La propiedad de ser pequeño es la pequeñez, pero la de ser avaro no es la avarez sino la avaricia. La propiedad de ser perito es la pericia, pero la de ser valiente no es la valicia sino la valentía. La propiedad de ser maestro es la maestría, pero la de ser perfecto no es la perfectía sino la perfección. La propiedad de ser erudito es la erudición, pero la de ser constante no es la constanción sino la constancia. La propiedad de ser abundante es la abundancia, pero la de ser verde no es la verdencia, ni la verdeduría, ni la verdeza, ni la verdura, ni la verdidad, ni la verdez, ni la verdicia, ni la verdestía, ni la verdición, ¡sino el verdor!
—Señor Chang, ¿cuánto tardó en memorizar todo eso?
—Más de lo que debería gastar cualquier ser humano en aprender un idioma.
—Lo que a mí me parece es que usted ha probado ser un excelente estudiante.
—Ah, estudiante. Agente que estudia. ¿Pasamos a las derivaciones de agente? Porque el que mata no es el matante sino el matador. El que corre es el corredor, pero el que viene no es el venidor sino el venidero. El que cocina es el cocinero, pero el que escucha no es el escuchero, ni el escuchante, ni el escuchador, ¡sino el escucha! ¿Y el acto y efecto de escuchar? ¡Pues la escucha!
—¡Señor Chang, tranquilícese!
—¡Y las derivaciones de paciente también son ridículas! Lo que se funde es fusible, pero lo que se usa no es usable sino útil. Lo que se porta es portátil, pero lo que se lleva no es llevátil sino llevadero. ¡Nada en el idioma español es llevadero!
—Le ruego que no se rinda. El español es un idioma bellísimo que usted va a terminar amando.
—No es amable que me pida ser amador de un idioma tan poco amatorio.
—Por favor, no renuncie. Usted puede dominar el español mediante el acto y efecto de aprender.
—¿Quiere decir el aprendizaje?
—No. La aprensión.

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