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El caso de los libros acuchillados

Primero saquemos del camino los clichés. Ya sabemos que los colombianos leemos poco. Ya sabemos que en nuestra época el libro se volvió artículo decorativo. Ya sabemos que vivimos en una época autoritaria y a los autoritarios les encanta maltratar libros. Ya sabemos que en las escuelas de modelaje no ponen tareas que haya que resolver en la biblioteca. Habiendo dicho eso, ¿qué queda?

Tengo que reconocer que es una imagen poderosa ese atado de libros acuchillados que Carolina Cruz exhibe con el orgullo de haber resuelto el dolor de cabeza del ama de casa moderna. Señora: ¿cuántas veces ha intentado organizar sus cuchillos y no ha encontrado solución? ¿La agobia el exceso de libros y no sabe qué hacer? ¡No espere más! Nuestras operadoras esperan su llamada.

Quiero encontrar alguna interpretación de este episodio que no sea cruel con ella. Lo planteo en estos términos porque todos parecemos habernos puesto de acuerdo en castigarla por una idea que puede ser pasmosamente estúpida pero que en otro país, con menos traumas, no habría sido noticia.

En 2017 Cruz escribió un libro. Es una autobiografía de la que Amazon solamente me deja ver la introducción. Allí encuentro la descripción que le hace una amiga:
enferma por el orden y la limpieza [...] cada tanto reorganiza su armario y me manda todo lo que no usa.
Así que Cruz es fanática del reciclaje. En su Instagram explicó que la idea de clavar cuchillos en libros no es suya: la vio en Pinterest, esa versión digital de las revistas para señoras donde enseñaban a reutilizar la caja del cereal para hacer servilleteros. Una búsqueda rápida en Pinterest revela que muchos otros fanáticos del reciclaje habían tenido la misma idea, aunque para mis ojos de colombiano traumatizado es inevitable ver esos pobres libros como víctimas de un crimen pasional.

Hace unos meses la internet gringa tuvo esta misma discusión: el editor Alex Christofi hizo la sacrílega revelación de que para leer libros grandes los parte por la mitad. De inmediato le cayeron encima miles de voces indignadas que lamentaban la existencia de un mundo donde la gente se cree con derecho a romper libros, pero ninguno de esos defensores de la cultura se detuvo a pensar que la alternativa es un mundo donde Alex lee menos libros porque no le caben enteros en el morral. Cuando el péndulo de la discusión cambió de rumbo, a Alex le aparecieron defensores que trataron de romper el aura romántica de la posesión de libros y traer la atención de vuelta al hecho simple de leerlos y hacer los cambios prácticos que cada uno necesite hacer para leer más.

El portacuchillos de Pinterest está pensado para libros que ya nadie usa. Sí, existen libros que uno ya no usa. Hay libros que uno se arrepiente de haber comprado. O libros que no fueron malos pero no se ganaron ningún sitio memorable en la historia personal de uno. O libros que le regalaron a uno sin preguntarle si de verdad le interesaba el tomo 12 de la saga de romance paranormal con vampiros piratas robots ninjas. O el Almanaque Mundial de 1979 que uno heredó y siente pena de botar. Si está prohibido amarrarlos para guardar cuchillos, la alternativa es un mundo donde las cosas sin uso se quedan sin uso. En este caso, como en todos los casos, el romanticismo solo hace estorbo.

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