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Uno se desencanta

Ayer, exactamente en el mismo día en que Disney lanzó el trailer de la película Encanto, nos enteramos de que los asesinos del presidente de Haití fueron 26 exmilitares colombianos. La vida real no tiene libretista, pero un momento así tiene un sabor a ironía dramática, como si el libretista nos hubiera dejado fascinarnos por algunas horas con una fantasía para niños, para luego lanzarnos el baldado de que ahora somos exportadores de horror.

Encanto aspira a representar apenas una selección cuidadosamente apta para niños de la colombianidad. Pero la sensación conjunta, de tener la película bonita y colorida y el horror sangriento al mismo tiempo en la cabeza, es el retrato completo. Ese sacudón emocional, ese encontronazo con el mundo, ese súbito desinfle de las ilusiones, es la experiencia básica de ser colombiano. Es un trauma colectivo que se podría resumir en ¿Para qué me emocioné? El colombiano que no reporte haber sentido ese trauma todos los días desde que tiene memoria es un colombiano que ha tenido una vida pasmosamente protegida.

Es como acostarse un día sabiendo que siquiera tenemos a Jaime Garzón y luego levantarse a oír que mataron a Jaime Garzón. Es como tener un presidente que gana el Premio Nobel de Paz y luego ver que su propio partido despedaza su trabajo. Es como tener un país tan supuestamente lleno de maravillas y recursos y potencial y luego ver lo que nosotros mismos hacemos con él.

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