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El derecho de las cosas


I
Píldora para la memoria:

Cuando nos gobernaba el patrón del Ubérrimo, su lado autoritario quedaba opacado por la figura, mucho más ruidosa y altanera, de su mano ultraderecha, el archiministro Fernando Londoño. Mi primera impresión al verlo discutir en el Congreso fue preguntarme cómo hacía amigos ese hombre que vivía perpetuamente enojado. En el tablero colombiano fue una ficha útil: mientras el buitre duró posado en su percha, que fue poco más de un año, Uribe hasta pareció buena persona en comparación. (Si es verdad que se puede aprender mucho sobre una persona por la clase de compañías que escoge, el caso de Álvaro Uribe es como la Batalla de Bárbula: no saben las almas ni los ojos si admiración o espanto sentir o padecer.)

Un tema que a largo plazo no tuvo mucha repercusión, pero que a mí me dio una señal clara de la clase de Estado que concibe Fernando Londoño, fue la controversia sobre la definición de derechos. A mediados de 2003, el archiministro redactó una propuesta de reforma a la administración de justicia. El texto tiene unos supuestos de fondo que son reveladores: Londoño no admite que los derechos económicos, sociales y culturales sean verdaderos derechos, coincidiendo con la posición libertaria que solamente reconoce los derechos negativos (aquello que el Estado no nos puede impedir ni quitar) pero desconoce los derechos positivos (aquello que el Estado está obligado a darnos). Esta visión se opone a la tesis de las tres generaciones de derechos humanos, propuesta por el jurista checo Karel Vašák en 1979. En su propuesta de reforma, Londoño repite el argumento del filósofo inglés Maurice Cranston, según el cual un derecho solo es un derecho de verdad si al Estado le es físicamente posible hacerlo cumplir, de manera que en una situación de falta de recursos estatales ese derecho sencillamente no existe. Por ejemplo, si no hay dinero para cubrir la atención médica de toda la población, no puede hablarse de un derecho a la salud. Y por eso, según Londoño, no hay por qué cobijar los derechos económicos, sociales y culturales con la acción de tutela.

En ese momento Carlos Gaviria (fallecido pero no olvidado) presentó este contraargumento: lo que convierte a esos derechos en derechos de verdad es precisamente el estar protegidos por la acción de tutela, y quitársela los dejaría como letra muerta. En el análisis de Gaviria, la disponibilidad de recursos estatales ni siquiera era un factor a considerar. Y yo coincido: una Constitución no debería solamente enumerar lo que actualmente somos capaces de hacer, sino lo que nos proponemos lograr. Si actualmente no tenemos con qué, por ejemplo, dar atención médica a toda la población, ese no es motivo para darnos por vencidos y renunciar a siquiera intentar convertir en realidad ese derecho, sino para reordenar las prioridades del presupuesto nacional.

Al final la propuesta de Londoño no fue aprobada. La discusión sobre qué cosa es un derecho quedó inconclusa.


II
Collage anecdótico:
  • En el siglo III antes de nuestra era, el Emperador de la India, Aśoka el Grande (fallecido pero no olvidado), estableció el primer gobierno pacifista de la historia. En esa época no se había llegado al concepto de derechos, pero las columnas que Aśoka ordenó levantar por todo el país llevan inscripciones con sus edictos, que incluyen, entre muchos otros temas, la primera legislación que se conoce sobre protección animal. La filosofía política de Aśoka estaba basada en el principio de ahimsā, una formulación radical del pacifismo que ocupa el núcleo de todos los sistemas éticos de la India. Quienes llevan esta idea al extremo más escrupuloso son los ascetas jainistas, que creen que todas las formas de vida merecen ser protegidas. Un razonamiento similar aparece en las escrituras budistas: si tengo siempre presente que otros seres también desean vivir, llego a la conclusión de que son tan vulnerables al sufrimiento como lo soy yo. Si en nuestra teoría jurídica actual cada deber es el anverso de una moneda cuyo reverso es un derecho de la contraparte, tiene implicaciones interesantes señalar que la ética budista hace que el deber derive de la empatía. Según este modelo, el origen de mis derechos es la capacidad de los demás de ponerse en mis zapatos y entender mis necesidades. (Y aquí es posible objetar que, según este modelo, si todos nos pusiéramos de acuerdo en que Pepito Pérez no nos importa, Pepito Pérez se quedaría sin derechos. Me pregunto cómo podríamos averiguar que no estamos ya en esa situación.)
  • Algunos biólogos buscan que los derechos humanos se extiendan a los grandes simios (chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes). Solo unos países han dado pasos muy pequeños en esa dirección. La principal consecuencia práctica sería la protección contra la tortura y la experimentación. El principio de fondo es el reconocimiento de que entre los humanos y el resto del reino animal la diferencia que hay no es esencial sino gradual. (A propósito de ese tema, Richard Dawkins ha dicho que la creación de un embrión híbrido entre humano y chimpancé haría que los conservadores perdieran la cabeza, y ese día yo compraré crispetas.)
  • Si les parece excesivo dar derechos a los animales, sepan que el filósofo vasco Michael Marder opina que deberíamos conceder derechos a las plantas. Las ideas de Marder son (por ponerlo en términos amables) bastante difíciles de seguir: la descripción de contraportada de su libro Pensamiento Vegetal dice que su propósito es "afirmar la capacidad que tiene la vegetación de resistir la lógica totalizante y rebasar los estrechos límites de la instrumentalidad". Marder basa su defensa de la libertad de las plantas en la afirmación de que ellas piensan, pero de un modo "no cognitivo, no ideativo, no imaginal", lo que a mí me suena como una manera demasiado larga de decir que las plantas no piensan. Sin embargo, otro de sus argumentos es más interesante: si la motivación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue el reconocimiento de la vulnerabilidad de los seres humanos, porque los más vulnerables necesitan más derechos, entonces deberíamos dar muchos más derechos a las criaturas más vulnerables de todas, que según Marder son las plantas. (Llevando este argumento a su otra consecuencia lógica, un hipotético ser invulnerable no tendría lo que Hannah Arendt llamaba el "derecho a tener derechos".)
  • Una de mis pocas quejas sobre la Constitución colombiana es que incluye temas demasiado específicos como para estar en una Constitución. Resulta que nos han superado: el artículo 120 de la Constitución suiza regula la experimentación genética, e impone al Estado el deber de "tener en cuenta la dignidad de los seres vivos tanto como la seguridad de los seres humanos, los animales y el ambiente". Otras secciones de la misma Constitución mandan que el Estado proteja la vida animal y vegetal. Si al reverso de cada deber hay un derecho, es posible decir que los animales y plantas tienen (al menos de manera implícita) derechos constitucionales en Suiza. En efecto, quienes quieran leer un intento serio de crear una teoría legal sobre los derechos de las plantas pueden consultar el documento La Dignidad de las Criaturas del Reino Vegetal, elaborado por la Comisión Federal sobre Ética de la Biotecnología en el Ámbito No Humano, una entidad asesora del parlamento suizo. Una parte de la argumentación que hace el texto sobre la posición de las plantas como sujetos morales se basa en su capacidad para percibir condiciones externas como favorables o desfavorables. (Esta subsección del documento hace parte de la sección 2, titulada "Notas sobre el árbol de decisiones", y yo me muero por saber cuántas veces el comité de redacción leyó en voz alta ese título sin reírse.)
  • En Europa está de moda crear partidos políticos que solo existen para dedicarse a un tema. En Islandia ha ganado mucho peso un partido que quiere legalizar la piratería, en España hay un partido que quiere legalizar la marihuana, en Noruega hay un partido que quiere unificar la forma escrita del idioma nacional (actualmente hay dos formas oficiales), y en Suiza hay un partido que quiere prohibir PowerPoint. En las elecciones parlamentarias de Holanda en 2010, el Partido por las Plantas presentó una lista de candidatos. Sorprendentemente, todos los candidatos eran humanos.
  • Es posible llegar aún más lejos: desde 2008, la naturaleza tiene derechos constitucionales en Ecuador, y "toda persona, comunidad, pueblo o nacionalidad" puede ser parte legítima en un juicio para exigir el cumplimiento del derecho "a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos". La filosofía política que sustenta esta curiosa adición a la lista de derechos es el principio sumac kawsay, que ocupa el núcleo del sistema ético del pueblo quechua. Distintas fuentes lo traducen como "vivir bien" o "buen vivir". Está asociado a sistemas de cooperación comunitaria y presuposiciones panteístas que son muy difíciles de integrar con el andamiaje teórico del derecho constitucional europeo (de hecho, Bolivia se dio por vencida y en 2009 prefirió lanzarse de lleno al modelo indigenista y abandonar la forma de república).
  • Si cualquier persona puede ser parte legítima en un juicio entre la naturaleza y la humanidad, ¿una criatura no humana también puede serlo? En Bee Movie, una abeja presenta una demanda contra la humanidad y logra que se prohíba la apicultura. A partir de allí la trama es manejada con singular torpeza: a falta de consumidores humanos, las abejas de todo el mundo dejan de producir miel. Obviamente el libretista no entendió de qué se trataba su propia película.
  • Y aquí revelo la noticia que dio origen a todo este río de palabras: este año, India y Nueva Zelanda concedieron derechos constitucionales a ríos, y los representantes de las comunidades que viven junto a esos ríos pueden ser parte legítima en juicios sobre su conservación.

III
Lo que pienso de todo esto:

Puedo entender que los animales tengan derechos. Me suena sensatísimo que los grandes simios tengan derechos. A un embrión humano que no ha desarrollado sistema nervioso no le reconozco derechos. (Y admiro la valentía de los holandeses, que legalizaron terminar la vida de un neonato si la enfermedad grave no fue descubierta durante el embarazo.)

Los ríos son cosas, y no puedo de ninguna manera entender que las cosas tengan derechos. No me meteré aquí en la cuestión de si los intereses humanos deberían importar: el hecho es que en todas nuestras decisiones los intereses humanos son los únicos que terminan importando. Si la humanidad ha de seguir viviendo, como mínimo las plantas deben carecer de derechos.

Noten que en todas estas discusiones solamente hablamos los humanos. Primero los humanos decidimos que los humanos teníamos derechos, y suena perfectamente razonable que los humanos seamos los encargados de decidir eso. Pero en el debate sobre derechos de los animales solo participan legisladores humanos. La Pacha Mama no envió delegados a la Asamblea Constitucional del Ecuador: todos los miembros eran humanos. La lista de candidatos al parlamento por el Partido por las Plantas en Holanda no incluía una sola planta. En la vida real no hemos recibido a ningún representante de las abejas que nos exija acabar con milenios de opresión (e incluso en la película el juicio ocurre en un tribunal humano, no en uno que tenga jurisdicción por encima de ambas especies). Esos ríos en India y Nueva Zelanda pueden tener derechos, pero siguen necesitando que un humano los represente. Los humanos estamos solos en este debate. Los derechos que reconocemos los humanos solamente tienen significado para los humanos.

Parece que nos hemos puesto de acuerdo en que las extinciones son algo malo, así que dediquemos un minuto de silencio por las siguientes especies que se han ido durante nuestro paso por la Tierra:
  • Mamut
  • Dodo
  • Gran alca
  • Uro
  • Moa
  • Chinchilla peruana
  • Conejo cubano
  • Mono jamaiquino
  • Gacela roja
  • Murciélago zorro de Palau
  • Lobo de las Malvinas
  • Zampullín colombiano
  • Cormorán brillante
  • Hipopótamo pigmeo de Madagascar
  • Avestruz árabe
  • Pato de Mauricio
  • Ratón de las Galápagos
  • Cuco de la Isla Asunción
  • Cardenal de la Isla Tiwi
  • Cuervo blanco faroés
  • Foca fraile caribeña
  • Gorrión dorado jamaiquino
  • Guacamaya cubana
  • León marino japonés
  • Perdiz del Himalaya
  • Lechuza puertorriqueña
  • Langosta de las Montañas Rocosas
  • Paloma migratoria
  • Perico de las Seychelles
  • Tigre de Tasmania
Esta lista es, por supuesto, deprimentemente incompleta. Pero, incluso en los casos en que esas pérdidas son atribuibles a la acción humana, es posible alegar en nuestra defensa que siempre fue sin querer. Ahora, como ejercicio, dediquemos un minuto de silencio por las siguientes especies que hemos exterminado con toda la intención:
  • Virus de la viruela
  • Virus de la peste bovina
¿No? ¿No les rendiremos homenaje? ¿Por qué no somos capaces de sentir compasión por esas criaturas cuyo único papel en la naturaleza fue ser nuestras enemigas? Porque el único criterio por el que decimos "malo" cuando se extinguen los dodos y "bueno" cuando se extinguen los orthopoxvirus es el interés de la humanidad. Ahora mismo el Equipo Humanos está metido en una guerra de exterminio contra una división selecta del Equipo Bichos: el poliovirus, el rubivirus, el morbilivirus, el treponema, el anquilostoma, el plasmodio, la filaria y el dracúnculo. Y vamos ganando. El siguiente blanco en la lista son los mosquitos. Y celebraré cada vez que venzamos. Incluso bajo sistemas jurídicos tan generosos como el suizo o el ecuatoriano, dudo muchísimo que los parásitos intestinales sean sujetos de derecho.

Por la internet circula la idea de que los ecologistas solo hacen lobby por los animales bonitos, pero creo que nuestra verdadera motivación es más pragmática. Las películas de dinosaurios me divierten mucho, pero ahora que sé que sin su muerte no habríamos nacido, me siento menos dispuesto a volver en el tiempo y tratar de salvarlos. Alguien me podría decir: ¿acaso no tienen los dinosaurios derecho a existir? Bajo un sistema legal que reconoce derechos a los animales, la extinción de los dinosaurios es una tragedia mayúscula. Si decimos que no lo es porque en esa época no había gobiernos humanos, estamos admitiendo que la presencia de humanos es condición necesaria para que exista el problema de los derechos. Decimos que hay que dar derechos a los bonobos porque son muy inteligentes, pero si hoy se acabaran los humanos en el mundo, los bonobos seguirían siendo inteligentes y nadie tendría intención de darles derechos. Solo se nos ocurre darles derechos a los bonobos porque se parecen a nosotros. Y si los bonobos van a tener derechos legales, con más razón deberían tenerlos nuestros parientes más cercanos. No he sabido de nadie que haya propuesto levantar un monumento en honor de los neandertales, a pesar de que probablemente fueron nuestro primer genocidio.

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