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La cuestión de pelear por la libertad

No me creo ese cuento del orgullo patriótico, y menos siendo Colombia un país tan tremendamente imperfecto, pero presenciar la tragedia venezolana me hace sentir, como mínimo, afortunado. El capricho de la historia pudo haberme puesto en condiciones mucho peores. Dentro de pocas horas será 20 de julio y, por primera vez en serio, celebraré.

Yo no sirvo para pelear. Soy demasiado cobarde y estoy demasiado cómodo. Tanto los venezolanos que decidieron empezar de cero en otra parte como los que decidieron quedarse a resistir la tiranía dan ejemplo de una valentía que yo sé que no tendría en sus zapatos. Los venezolanos ganarán esta batalla con su propio pellejo, sin próceres ni caudillos. La Venezuela que se está forjando saldrá del fuego más madura y más despierta.

Nuestro caso es ridículo. Los colombianos terminamos siendo definidos más por matarnos entre nosotros que por haber expulsado a los españoles. Hoy nos llevamos divinamente con España, pero todavía no nos aguantamos entre nosotros. Los vecinos sí están decidiendo una independencia, una de verdad, con consecuencias para el mundo entero: Venezuela dará el ejemplo de cómo el pueblo, bella ironía, derroca el comunismo.

Aquí Santos logró la hazaña de domesticar esa bestia dándole curules. En Venezuela la bestia anda suelta y come gente. Espero que el pistoletazo que por fin le dé caza resuene hasta Cuba.

Y como el pecado original de Colombia es no tener memoria, hagamos el ejercicio patriótico de reconocer al enemigo cuando nos mira a la cara:


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