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Memoria selectiva


María Fernanda Cabal negó esta semana los hechos comúnmente aceptados sobre el asesinato de obreros de la United Fruit Company a manos (y ametralladoras) del ejército colombiano, bajo la amenaza de intervención del gobierno estadounidense, el 6 de diciembre de 1928. Según la senadora uribista, tanto el carácter del enfrentamiento como el número reportado de muertos han sido distorsionados por la izquierda para reforzar su discurso contra las compañías multinacionales. Ya varios historiadores han respondido que Cabal se equivoca en todas sus afirmaciones, y hasta su profesor de historia política en la Universidad de los Andes ha pedido perdón por la ignorancia de su alumna. Pero Cabal insiste: "Los ignorantes son ellos (los tuiteros) que se dejan llevar de los mitos que han tergiversado la historia de Colombia."

El argumento principal que presentó Cabal es que la imagen que los colombianos tenemos de ese evento está teñida por la manera como García Márquez lo describió en Cien Años de Soledad; según ella, de no ser por ese libro no estaríamos tan indignados por el suceso y probablemente ni lo recordaríamos.

Cabal demuestra aquí que no entiende cómo funciona la historiografía y menos cómo funciona la ficción. En su ensayo El Arte de la Distorsión, el escritor Juan Gabriel Vásquez propone una manera atrevida, pero bien argumentada, de leer Cien Años de Soledad: no como fantasía, sino como rigurosa novela histórica, no una que pretende reflejar los hechos como ocurrieron, sino mostrar cómo era el color del paisaje de una época. Vásquez cita a Kundera:
De un lado está la novela que examina la dimensión histórica de la existencia humana, y del otro está la novela que es la ilustración de una situación histórica, la descripción de una sociedad en un momento dado, una historiografía novelada.
Y añade Vásquez:
[...] hay otras novelas y otros autores, hay otras voces y otros ámbitos, que se han enfrentado a los complejos procesos de la historia de maneras que a la historiografía le parecerán reprobables, pero que la historia misma (además de los lectores) agradece.
Sobre el episodio específico que nos ocupa, Vásquez comenta:
No tengo aquí espacio para detallar todas las formas sutiles en que las páginas de la novela modifican la verdad histórica tal como es contada en los manuales, pero lo más interesante, para mí, son las formas en que no lo hace, las líneas en que los datos históricos son reproducidos con fidelidad de documentalista por García Márquez. [...] la manipulación de la verdad histórica por parte del novelista conduce a la revelación de verdades más densas o más ricas que las unívocas y monolíticas verdades de la historia. En el episodio de la masacre de las bananeras, Cien Años de Soledad da cuerpo, tal vez involuntariamente, a uno de los debates más recurrentes de las últimas décadas: la imposibilidad de conocer la historia [...] si se nos dice que toda historia es ficción, los novelistas entendemos que la única forma de revelar el pasado es tratarlo como un producto narrativo, susceptible por lo tanto de ser recontado de cualquier forma.
El mismo García Márquez admitió expresamente que al momento de escribir la novela infló la cifra de muertos para poder armar una escena más impresionante. Pero esa decisión no significa falsear los hechos: en primer lugar, estaba escribiendo una novela, no un reportaje; en segundo lugar, nuestras fuentes principales sobre la masacre de las bananeras son los documentos de la época, no un libro escrito cuatro décadas más tarde por alguien que no había cumplido los dos años de edad cuando sucedió el evento. Si bien García Márquez ayudó a posicionar la masacre de las bananeras dentro de la conciencia colombiana, no dependemos de la versión que él hizo para reconocer la gravedad de lo ocurrido ni su significado. Ya antes Gaitán se había encargado de que no lo olvidáramos.

Aunque es cierto que García Márquez infló la cifra, no por eso deja de ser cierto que la masacre de las bananeras fue una atrocidad cobarde del estado colombiano contra sus propios ciudadanos, motivada en última instancia por el modelo productivo de las bananeras estadounidenses, ni deja de ser cierto que asesinar sindicalistas es deporte nacional tanto en Colombia como en Estados Unidos. Pero de eso los uribistas no parecen haberse enterado. ¿Les interesa saber qué historia quieren recordar los uribistas? Miren ustedes: otro devoto de Uribe, el exministro Fernando Londoño, rindió hace pocos días un emotivo homenaje a la memoria de Francisco Franco, un hombre responsable de un mínimo de 58.000 muertos.

Luego de recibir una avalancha de críticas, Cabal trinó fotografías de un libro sobre la historia del conflicto colombiano, escrito por el periodista (también uribista) Eduardo Mackenzie, quien también ha opinado sobre este escándalo. La tesis de Mackenzie es que los soviéticos infiltraron durante décadas todas las protestas sociales colombianas, y que la huelga bananera fue orquestada intencionalmente para provocar al estado. Yo me quedo esperando las pruebas que sustenten eso.

Como título del trino, Cabal volvió a referirse a esos vagos que acostumbra mandar a estudiar. Eso me recuerda la entrevista que Uribe concedió a la BBC en 2009. El reportero argentino Julián Miglierini hizo la pregunta obvia que había que hacer en 2009 y que no estaba haciendo suficiente gente: ¿Uribe se quiere lanzar otra vez? Hoy, con la claridad de la visión retrospectiva, resulta obvia la respuesta altanerísima de Uribe: Estudie. Porque, según parece, el que cuestiona es un bruto y el que es joven es un atrevido por cuestionar. Estudie. Esa palabrita resume toda la vulgar simplonería del uribismo.

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