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Futuros posibles para las ciudades colombianas

Lo que más me sorprendió cuando conocí Bucaramanga fue la distribución de las cuadras. Verán: según el Instituto Agustín Codazzi, el perímetro urbano de Bucaramanga (fusionado con Girón y Floridablanca) es así:

Pero cuando uno mira el mapa satelital, se entera de que el verdadero contorno de la ciudad es algo mucho más terrorífico:

Miren las prolongaciones hacia el occidente de la ciudad. Son barrios enteros. Extiendan ustedes una mano e imagínense vivir en el barrio de la yema del índice y tener que viajar hasta la yema del meñique. Tienen que hacer lo mismo que los bumangueses: ir primero a la palma de la mano (centro de la ciudad) y luego entrar por el dedo que corresponda. El perímetro occidental de Bucaramanga es un crimen urbanístico. En términos sencillos, ESO NO SE HACE. Uno no construye barrios enteros para dejarlos aislados por segmentos de bosque. Es hostil, es ineficiente, es fastidioso, y lo último que necesita una ciudad tan rematadamente aburrida como Bucaramanga es hacerle la vida difícil al ciudadano.

¿Qué explica esta anomalía? La respuesta es visible en el mismo mapa satelital, pero queda más obvia en el mapa de elevación del terreno:

Las zonas sin construir tienen una elevación menor. Bucaramanga es una ciudad de montaña, y cuando uno vive en la montaña no construye donde sería útil sino donde el terreno lo permite. Por esa misma razón quedó así la expansión de Armenia y Pereira hacia el occidente:



De hecho, si las tres capitales cafeteras no tuvieran tanta montaña atravesada en medio, muy bien podrían haber llegado a ser una sola conurbación. Comparen las proporciones de Bogotá y Medellín con respecto al eje cafetero, conservando la misma escala:

  
La distancia entre Armenia y Manizales es prácticamente la misma que hay entre Fusagasugá y Cajicá (que en un par de siglos van a ser una misma cosa). Si el eje cafetero está dividido es, primero, porque esas ciudades viven en precario equilibrismo sobre la cordillera, y segundo, porque a los que diseñan departamentos en este país les asusta tener más de una ciudad importante por departamento. Es una ridiculez, tanto administrativa como económica, separar terrenos y crear un departamento nuevo cada vez que un municipio empieza a crecer demasiado. No hay que huirle a la posibilidad de tener varias ciudades importantes juntas: el eje cafetero debería ser un único departamento, como el Viejo Caldas que existió hasta 1966, pero aprovechando la posición central de Pereira para convertirla en capital y conservando a Manizales como ciudad universitaria y a Armenia como ciudad turística.

Barranquilla ha sufrido por la misma mentalidad limitada, esa tonta obsesión de tener una sola ciudad importante por departamento. No había ninguna justificación para separar el departamento del Atlántico: lo que debería existir es un único departamento alrededor del eje portuario-industrial Cartagena-Barranquilla-Santa Marta (entre las cuales es el colmo que no exista un servicio permanente de ferry), aprovechando las fortalezas relativas de cada ciudad para tener a Barranquilla como puerto principal y ciudad universitaria, y a Santa Marta y Cartagena como puertos auxiliares e imanes turísticos. Tracen ustedes una línea recta de Santa Marta a Bosconia, y otra de Bosconia a Coveñas, y verán los límites que debería tener ese departamento. Ahora bien: Barranquilla parecería la candidata obvia a ser capital de ese departamento, pero no hay que confundir vocación comercial con practicidad administrativa. Una capital debe tener una ubicación central y fácilmente accesible (por ejemplo, mirando el mapa es obvio que los asuntos de Magangué deberían estar representados en una asamblea en Sincelejo, no en Cartagena). Para un departamento con los límites que he especificado, propongo que la capital sea Calamar.

En lugar de eso, lo que tenemos es un Atlántico aislado, cortado, que existe solamente por y para Barranquilla, porque en cuanto surge una ciudad medianamente importante nos entra la obsesión de darle su propio departamento. El resultado es que Barranquilla es una ciudad a medias que vive quejándose de haber abandonado el río. La solución obvia habría sido construir la ciudad en ambas orillas, para que el río pasara en medio, como sucede en el Área Metropolitana de Lisboa. Pero hoy a Barranquilla le queda imposible crecer hacia el oriente, primero porque el río es el límite del departamento, y segundo porque lo que queda al oriente de la desembocadura del Magdalena es el Parque Natural Isla de Salamanca, y sería ambientalmente desastroso construir ahí.

Lo que sí se puede hacer es terminar la separación del departamento del Atlántico y trazar límites más sensatos. Por ejemplo, me gusta muchísimo la propuesta de crear un nuevo departamento para el Urabá. Es absurdo gobernar el Urabá desde una ciudad que literalmente se hace llamar capital de la montaña. Separar el Urabá tiene todo el sentido geográfico, económico, ecológico y demográfico del mundo. Si se le da a ese golfo el puerto que merece, puede convertirse en un nodo importantísimo para las rutas comerciales que van entre el Caribe y los Andes y entre Panamá y Barranquilla. Lo que falta es voluntad política, sobre todo de parte de Medellín.

Hablando de Medellín, esa ciudad me preocupa. Ha tenido que crecer hacia el norte y hacia el sur y solo muy tímidamente hacia los lados porque sencillamente las montañas no dejan. En este momento de su historia, Medellín ya no tiene espacio para crecer.

Esa silueta tan curiosa, como de caballito de mar posando, se debe a las dos ramas de la Cordillera Central que encierran el Valle de Aburrá:

Esa área metropolitana ya es una monstruosidad serpenteante que se extiende desde el municipio de Caldas hasta Barbosa. En realidad la capital administrativa no tiene por qué ser la misma capital económica, pero si nos empeñáramos en creer que sí, la capital de Antioquia debería haber sido Rionegro, que tiene espacio de sobra para crecer a todo lo ancho de su altiplano y construir un área metropolitana desde La Ceja hasta El Peñol. Tal como está Medellín, la única posibilidad que tiene para expandirse es seguir urbanizando por el norte, y nadie se sorprenda si a finales de este siglo llega hasta Puerto Gavino. ¿Habrá metro para todo eso?

Por cierto, Bucaramanga tiene en su futuro inminente el mismo problema: está completamente encerrada entre las montañas.

Después de tragarse a Chocoa y Piedecuesta no tiene más por dónde crecer. Casi me dan ganas de proponer que Santander mueva su capital a Barrancabermeja (pero ese mal no hay que deseárselo a nadie).

La ubicación de una capital es una decisión muy delicada. Bogotá cumple muy bien el requisito de tener una ubicación central, de manera que un concejal de La Guajira y uno del Amazonas no necesitan volar distancias muy diferentes para llegar a la capital de su país, pero por tierra Bogotá es horrorosamente inaccesible. Eso sirve mucho si uno necesita una posición defendible para resistir una guerra de guerrillas, pero esas épocas ya pasaron. Los profesionales altamente capacitados que habitan dentro de los límites del triángulo estratégico Bogotá-Medellín-Cali no han podido aprovechar sus fortalezas sinérgicas porque están aislados por una geografía que no perdona.

Sin embargo, nos hemos salvado de posibilidades mucho peores. Si los panameños hubieran aceptado la desesperada oferta de tener la capital de Colombia a cambio de no separarse, hoy estaría destruida la selva del Darién, porque lo primero que una capital necesita para cumplir sus funciones administrativas es un sistema de vías de acceso.

La propuesta, que resurge cada cierto tiempo, de declarar una nueva capital para Cundinamarca y darle a Bogotá su propio territorio pierde de vista el problema de fondo: en Colombia no sabemos para qué es una capital. Sin ninguna necesidad nos convencimos de que el mismo lugar donde funciona el gobierno tiene que concentrar también a los creadores de empresas y a los artistas y a los corredores de bolsa y a los directores de periódicos y a los profesores universitarios y a los obreros de manufactura. Pero es que para eso no es una capital. Una capital debe dedicarse a hacer política y dejarle el comercio a otra ubicación más razonable. En sus respectivos departamentos, Yopal, Villavicencio y Florencia están en posiciones ideales como nodos de comercio, pero terriblemente mal ubicadas para ser capitales.

En cambio, Villavicencio sí habría sido una buena ubicación para la capital de Colombia, si bien eso requeriría construir muchísimas más carreteras y castigaría a todo el medio país de los Andes hacia el occidente. Otra posibilidad, más accesible desde el occidente, habría sido poner la capital de Colombia en Barrancabermeja (pero ese mal no hay que deseárselo a nadie).

No estoy de acuerdo con el reclamo, frecuentemente repetido, de poner la capital en la costa, como ocurre en Argentina y Perú. Un centro de manufactura y comercio tiene todas las razones para estar en la costa, pero la sede del gobierno no tiene nada que estar haciendo en otro sitio que no sea el centro del país. Los gringos tienen un serio problema con su capital costera, porque el centro del país, donde viven los campesinos y la mayoría de los conservadores, no se siente representado. El conflicto cultural en que viven metidos los gringos tiene mucho que ver con el estigma que el centro lanza sobre las élites costeras. Una capital administrativa necesita ser accesible para todos los sectores, en el sentido más literal.

Por el momento estamos atados a Bogotá, pero el espacio que tiene para crecer es limitado:

La mala voluntad que se tienen Bogotá y Cundinamarca garantiza que esa expansión no será amable ni provechosa. Y por el camino surgirán crisis de abastecimiento de agua y disputas por el uso del suelo, porque las tierras que rodean a Bogotá son agrícolas. Mi sospecha es que terminará ganando Bogotá: todo ese terreno va a terminar urbanizado. Cuando queden absorbidas Facatativá y Suesca, la ciudad terminará de quedar encerrada. Si bien la fagocitación completa de la Sabana de Bogotá puede tardar hasta un par de siglos, no veo en el horizonte nada que la detenga mientras sigamos creyendo que las capitales administrativas son para llenarlas de gente (y mientras el resto del país siga sin recibir recursos para volverse interesante).

No estoy diciendo de ninguna manera que esto debería pasar; estoy diciendo que va a pasar, aunque no lo deberíamos ver como un proceso normal. Brasilia, que fue creada expresamente para ser capital, tiene que sumar su área metropolitana para completar una población de apenas 3 millones en un país con el quíntuple de la población colombiana. Washington, otra capital planeada, tiene 6 millones en su área metropolitana, pero esa se compone de otras cuatro ciudades grandes, y el país entero tiene seis veces nuestra población.

Si la idea es compararnos con países con un desarrollo similar al nuestro, Nigeria tiene 185 millones de habitantes y la capital, Abuja, tiene menos de un millón y medio; Pakistán tiene 209 millones y la capital, Islamabad, apenas supera los 2 millones. ¿Cuál es el truco en todas estas comparaciones? Solo he mencionado capitales planeadas, porque una capital siempre debería ser planeada.

En Bogotá hay un número absurdamente grande de habitantes que en un país con servicios menos centralizados no necesitarían vivir todos en un mismo lugar. Brasilia no está atestada de gente porque los brasileños que quieren hacer cosas interesantes con sus vidas pueden irse a Río de Janeiro o a São Paulo. Los gringos talentosos y creativos que se mudan para rellenar Nueva York y California permiten que Washington respire en calma y haga su trabajo. ¿Qué lugares alternativos tiene Colombia para descongestionar Bogotá? Una Medellín que ya agotó su potencial de expansión, una Bucaramanga donde nunca sucede nada, un eje cafetero cuya ubicación lo condena a la pequeñez y una Barranquilla en autoinfligido drama existencial.

O, quizás, Cali.

Cali tiene todo el espacio del mundo para crecer, y todavía está lejos de agotar su potencial de expansión, lo que significa que hay muchísimo tiempo para planear un área metropolitana bien diseñada. Si Cali sabe aprovechar la oportunidad que le da su ubicación, puede convertirse en nuestro principal imán para la manufactura, los servicios financieros, la industria editorial, la agricultura tecnificada o lo que se le antoje. Y si el erario nacional deja de ser mezquino con Buenaventura, el eje Cali-Buenaventura puede llegar a ser nuestra zona económica más poderosa.

Todas estas son razones por las que Cali debería ser el lugar más interesante del país. Lo que está frenando su potencial, según me explicó un economista que consulté, son dos problemas que espantan el talento: inseguridad y corrupción. Falta trabajar en eso.

Un gigantesco contraejemplo para todo lo que he propuesto aquí es el caso del Putumayo. La capital administrativa es Mocoa, pero el centro económico es Puerto Asís. En teoría esa separación de funciones es exactamente como deberían ser las cosas, pero Mocoa tiene el mismo problema de las capitales del piedemonte: está demasiado lejos de los territorios que tiene que administrar. Además, Mocoa todavía está reponiéndose de la catastrófica inundación del año pasado (con la culpa repartida entre un terreno desfavorable, años de deforestación, un mal diseño urbanístico y una temporada de lluvias atroces por todo el Pacífico suramericano). Era la oportunidad perfecta para darle al Putumayo una capital mejor ubicada, pero el gobierno nacional descartó la idea.

Puerto Asís debería haber servido como experimento de lo que puede lograr una capital económica sin la interferencia de tener que albergar también políticos, pero a Puerto Asís le ha ido fatal: la extracción de petróleo tiene enfurecida a la población, que, tal como sucede en Buenaventura y sucedió en Puerto Colombia, no recibe ningún beneficio de la riqueza que está generando. Tan mala fama tiene el petróleo en Puerto Asís que la página informativa de la alcaldía ni siquiera lo incluye entre las actividades económicas del municipio, y la página de la gobernación del Putumayo a duras penas lo menciona. Incluso sin los atentados y derrames que solía provocar la guerrilla, el negocio del petróleo está perjudicando seriamente sus fuentes de agua.

Entonces: no hay garantía de que una capital económica librada de las funciones administrativas vaya a convertirse en motor de bienestar para sus habitantes. Hay mil maneras posibles de manejar mal un municipio, y en Colombia somos expertos en todas. En particular, no hemos aprendido a desarrollar relaciones constructivas entre el campo y la ciudad, con el resultado de que las ciudades crecen devorando recursos sin control mientras el medio país que se dedica a cultivar sigue siendo pobre.

Tampoco hay garantía de que una capital administrativa librada de la actividad económica vaya a funcionar eficientemente: Washington y Brasilia se han puesto carísimas, porque están pensadas para que allí vivan diplomáticos y no tenderos. El comienzo de una solución es reducir la demanda de vivienda redistribuyendo la población excedente hacia otras ciudades (porque, de nuevo, las capitales administrativas no deben ser vivideros).

El descongestionamiento de Bogotá exige que hagamos interesante el resto del país, pero nuestra vocación de alcance regional solo da para construir la Universidad de la Amazonía en una ubicación tan ridícula como Florencia. Es cierto que existen sedes regionales de la Universidad Nacional, pero el programa de estudios no se ofrece completo: los estudiantes de Leticia, San AndrésArauca y Tumaco están obligados a mudarse a alguna de las sedes andinas si quieren terminar un pregrado. Y ante eso yo tengo que volver a decir: ESO NO SE HACE. Mientras los jóvenes talentosos no tengan la posibilidad de construir su proyecto de vida en su propio municipio, seguiremos estando fatalmente centralizados.

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