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Otra vez con el cuento de la cadena perpetua

Hace dos años publiqué un comentario sobre uno de los pasatiempos preferidos de los colombianos: darles a nuestros presos el peor trato posible. La conclusión, que la vida nos recuerda cada vez que salimos a la calle, es que somos un país de mentalidad vengativa. Y en esa época todavía no habíamos visto la bilis que se regó alrededor de las negociaciones de paz. Por supuesto, el revanchismo es un universal humano, pero en Colombia lo volvimos plato típico.

Y como la venganza mueve a las masas, es un recurso ideal para el que quiere congraciarse con ellas. Ahora estamos viviendo el más reciente retorno del eterno caballito de batalla del populismo punitivo, el viento que hincha las banderas del pánico moral, la última en nuestra larga cadena de iniciativas torpes: la cadena perpetua para violadores y asesinos de menores de edad. Es una propuesta pésima que no va a solucionar absolutamente nada y solo va a conseguir hacer más bulto, tanto en los tribunales penales como en las latas de sardinas que aquí pasan por cárceles.


Pero esta vez la idea viene apoyada desde el gobierno: Duque ha invitado a "abrir el debate", ese bonito eufemismo con que nos damos permiso de lanzar las ideas más disparatadas sin responsabilizarnos. El razonamiento detrás de la cadena perpetua es que supuestamente sirve para dar un castigo proporcional al delito y prevenir delitos futuros. Pero las cifras dicen que no, y las cifras tienen la última palabra.

Consideremos la evolución de la población carcelaria en comparación con la tasa de homicidios en Estados Unidos:


Esta gráfica procede de la ONG The Sentencing Project, que en su último informe sobre las consecuencias sociales de la cultura penal gringa afirma:
No es muestra de firmeza encerrar a las personas después de que ha pasado su inclinación (o su capacidad) para el delito; al contrario, es un desperdicio de recursos que se podrían usar en prevención. [...] La cadena perpetua con poca o ninguna oportunidad de libertad bajo fianza solo cumple un fin retributivo y suele ser contraproducente para el propósito de reducir el delito.
Luego de detallar los rasgos demográficos de la población carcelaria (que muestran exactamente todos los sesgos que uno ya está acostumbrado a esperar de la justicia gringa), el informe critica fuertemente la facilidad con que los gringos usan la cadena perpetua:
Lo lógico sería esperar que las tendencias en la población carcelaria reflejaran las tendencias en la tasa de criminalidad. [...] En lugar de eso, mientras que los delitos graves, incluyendo el asesinato, han disminuido en general en los últimos 25 años en todo el país, el número de condenados a cadena perpetua sigue aumentando.
¿Qué explica esta incongruencia entre una tasa de criminalidad que en realidad está disminuyendo y una tasa de encarcelamientos que no deja de crecer?
El aumento continuo en las condenas a cadena perpetua en todo el país se explica por factores aparte del delito. Uno es el miedo: las historias individuales nos generan un deseo de seguridad debido a su crueldad y violencia, y con demasiada frecuencia fijan la agenda de la política penal y su práctica. Se tiende a generalizar la historia de un solo preso liberado que reincide en el delito como si fuera un indicador de lo que harían todos los presos si se les diera la oportunidad. En realidad, esos desenlaces trágicos son raros, y lo son aun más en presos bajo cadena perpetua, independientemente de cuál haya sido originalmente su falta.
Un segundo factor tiene que ver con el primero y se refiere a la favorabilidad política que ganan los funcionarios públicos cuando muestran mano dura, a pesar de que los criminólogos han restado credibilidad a la eficacia de las políticas excesivamente severas.
En Colombia toda esta discusión sobre la cadena perpetua ha omitido el tema de la libertad bajo fianza, que en Estados Unidos es absurdamente difícil de tramitar:
La retórica de la "firmeza contra el delito" ha presentado una imagen distorsionada que trata la cadena perpetua como demasiado blanda, y ayudó a propagar la idea de que los presos bajo cadena perpetua solo cumplían una fración de la condena original. [...] Los presos bajo cadena perpetua que se vuelven candidatos a libertad bajo fianza se encuentran con un proceso que a menudo es estorbado por influencias políticas indebidas, falta de formación profesional rigurosa [en los miembros de los comités que deciden la libertad bajo fianza] y obstáculos burocráticos que demoran o anulan su oportunidad de salir libres. Quizás el mayor obstáculo que deben enfrentar los presos bajo cadena perpetua es la gravedad del delito, que tiene un gran peso en las decisiones de libertad, a pesar de que en la mayoría de los casos sucedió hace décadas y ya fue tenido en cuenta al momento de dictarse la sentencia. [...] La gravedad del delito es un factor central en la decisión judicial original, pero muchos comités de libertad bajo fianza, ya sea por política o por costumbre, se dedican a incorporar la gravedad del delito en su deliberación sobre la libertad del preso, una práctica que equivale a volver a litigar el caso.
Si en Estados Unidos, donde tienen muchísima más experiencia que nosotros en diseñar, evaluar y ajustar un sistema carcelario con cadenas perpetuas, siguen ocurriendo estas ineficiencias e injusticias, uno tiembla al imaginarse el caos judicial que vendrá con la implementación de esas sentencias en Colombia.

Nuestro escenario de debates simplemente no tiene espacio para considerar los derechos del acusado ni los derechos del preso. ¿Recuerdan cuando Uribe dijo que conmutar las condenas de los guerrilleros era equivalente a premiarlos? Medio país todavía le sigue la corriente. Así de grave es la simpleza de nuestro razonamiento moral: no solo tenemos un impulso irresistible por el castigo, sino que, cuanto más nos acostumbramos a los castigos brutales, más creemos que cualquier reducción de su severidad es una concesión injustificable. Para darle a este país una cultura penal humana se necesita un trabajo sobrehumano.

Sobre este tema el informe de The Sentencing Project dice:
Hay quien afirma que los delitos cometidos por los presos bajo cadena perpetua son tan graves que la rehabilitación es imposible, o que la cadena perpetua es "proporcional al delito". [...]
Pero existen argumentos sólidos en contra de la utilidad de la cadena perpetua:
El desarrollo de la madurez de los adultos jóvenes conduce a un fuerte descenso en la predisposición al delito antes de los 40 años de edad, por lo que las condenas de más de 15 o 20 años, incluso por delitos graves, hacen poca contribución a la seguridad pública. El National Research Council es la más reciente autoridad en señalar que las condenas largas no cumplen más propósito que reforzar el fin retributivo de las prisiones. Una parte de la explicación es la curva de edad/delito, que predice de manera confiable la tendencia criminal a distintas edades. Muestra que la mayoría de los delitos decrece en medida sustancial alrededor de los 25 años de edad, y casi desaparece antes de los 40. Otra parte de la explicación es la evidencia neurológica: el desarrollo cerebral alcanza su forma final alrededor de los 25 años de edad. Antes de ese momento, la capacidad para calcular riesgos no está madura, y la apreciación de las consecuencias de los actos no está firmemente asentada. Sin embargo, esto no se debe a alguna asociación inexplicable entre la edad y el delito, sino a desarrollos sociales y psicosociales que ocurren en paralelo con la edad. Incluso aquellos llamados "delincuentes de carrera" tienden a desistir del delito a una edad relativamente temprana.
¿Qué consecuencias tiene todo esto para ese miedo que tenemos a la reincidencia?
... múltiples estudios confirman que la prevalencia de malas conductas [en presos bajo cadena perpetua] es bastante baja en comparación con los presos bajo sentencias más cortas, lo que contradice la teoría de que los presos bajo cadena perpetua son más volátiles porque "no tienen nada que perder". Las investigaciones hechas con personas condenadas a cadena perpetua que quedan en libertad encuentran una tasa de reincidencia notablemente baja.
Lo que se necesita es darle al condenado una ruta para regresar a la vida normal (que fue exactamente de lo que se trató la negociación de paz, pero vaya uno y trate de explicarle eso a un uribista).

Entonces: queda claro que el propósito de castigo se satisface con condenas mucho más cortas. ¿Pero es posible defender la cadena perpetua por razones de prevención? ¿Vale la pena convertir el sistema judicial en un espectáculo que asuste al pueblo? Aparte de los pocos casos que caben en un noticiero (y que deben acabar rápido para dar paso a los deportes), los procesos penales transcurren fuera de la vista pública. Por supuesto, cualquiera puede caminar hasta un juzgado y consultar la lista de decisiones del día, pero yo no siquiera sabía que uno podía hacer eso hasta que fue mi trabajo hacerlo. La gran mayoría de la gente nunca se entera de lo que pasa en ese lugar.

Es cierto que la perspectiva de acabar en la cárcel introduce un factor de miedo en muchos que podrían estar planteándose la posibilidad de un delito, pero aquellos que tienen una capacidad de análisis de riesgo lo suficientemente deteriorada como para ceder a un impulso violento en el calor de la ocasión no van a hacer ningún cálculo racional con base en la longitud de la condena esperable. Incluso en la población general, la tendencia que han encontrado los economistas es que se da mucho más peso a las consecuencias inmediatas que a las consecuencias prolongadas. Por encima de cierto plazo, todas las consecuencias se sienten igual. Apenas el hecho de saber que uno puede ser arrestado es un factor disuasor mucho más poderoso que la longitud de la condena.

Necesitamos apartar la mirada del capote rojo que agita el populismo punitivo y dirigirla hacia las fuerzas sociales que conducen al delito. En Occidente estamos obsesionados con la responsabilidad individual (una de las venenosas herencias del calvinismo), pero en realidad nuestras decisiones surgen de un entramado de circunstancias. En muchos países la naturaleza de la condena está ligada al grado de responsabilidad que se le puede atribuir al acusado, pero en el sistema judicial holandés existen cinco grados distintos de responsabilidad: si alguien está tan trastornado que es absolutamente incapaz de una conducta pacífica, se le confina en un hospital con cuidados profesionales.

En el caso que motiva toda esta discusión, el abuso de menores, el factor obvio que nadie está comentando es el papel corruptor que cumplen las familias colombianas. Nuestro modelo tradicional de familia es una incubadora de maltratadores, y es prácticamente una ley de la naturaleza que un delincuente violento ha sido a su vez víctima de violencia, de modo que encarcelarlo solamente va a empeorar su salud mental.

La cadena perpetua será un sistema ineficiente para el propósito de castigar a los abusadores de menores, y no evitará los abusos debidos a patologías psiquiátricas. Pero será una excelente excusa para darnos una palmadita en el hombro y felicitarnos por lo mucho que nos importan los niños.

Comentarios

  1. ¿Seguro? Por lo menos teóricamente aumentar las penas (o aumentar la probabilidad de condena) serviría para disuadir a los potenciales violadores de niños. Aumentar la probabilidad de condena es difícil, especialmente tratándose de delitos sexuales, especialmente en países como Colombia, así que no veo por qué serían descartables la cadena perpetua o la pena de muerte.

    Además, hay que tener en cuenta que la venganza proporciona tranquilidad a las familias afectadas por esos actos. Seguramente si a un familiar mío le ocurriera un hecho parecido al de Juliana Samboní yo pediría sangre.

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  2. Hola Arturo ¿podrías aclarar y profundizar el penúltimo párrafo por favor?

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