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Hoy, cuando Popeye ha muerto

Casi ningún ser humano es 100% despreciable. Poquísima gente ha llevado una vida en que ha causado solo daño y ningún bien. Uno piensa en Trofim Lysenko. En Tomás de Torquemada. En Pol Pot. En Leopoldo II de Bélgica. Con ellos el cálculo moral es rápido. Uno puede decir sin ningún temblor en la voz que el primer deber de un viajero del tiempo sería matarlos en la cuna. Pero la lista de los despreciables es pequeña. Incluso el peor de los colombianos, Pablo Escobar, hizo numerosas obras de caridad, que de ninguna manera excusan el mal que hizo, pero complican el cálculo moral de su presencia en el mundo.

Hoy ha muerto el asesino Jhon Jairo Velásquez, responsable por al menos tres mil muertes. No me quejaré de la atención médica gratuita que le dio nuestro sistema carcelario, primero porque las condiciones de vida de los presos colombianos son vergonzosas, y segundo porque todos deberíamos tener atención médica gratuita. El primer derecho humano es el derecho a no morir, un principio que él desconoció al menos tres mil veces y que es muy difícil defender para él. No se me ocurre ninguna razón para desear que hubiera sobrevivido, porque él siempre nos dejó claro que era incapaz de aprender de su pasado. Esa es otra mancha con que él nos impregna: por supuesto que es preferible su muerte, pero ser la clase de hombre que hace que digamos eso de él nos acerca a él. Un agujero negro ético no deja opciones intermedias: o asumimos la corrupción interna de convivir amablemente con él o asumimos la otra corrupción interna de desear su muerte y convertirnos en él.

El efecto que tuvo Escobar y su círculo de matones no fue solo crear una sociedad perpetuamente asustada, sino degradar nuestra cultura. Estos son los mensajes que aparecen hoy en el club de fans de Velásquez:

 
Si algún significado tiene la trillada expresión "dolor de patria", aquí lo tienen. Velásquez no merece que nadie lamente su muerte. Lamentemos el país que produjo a un hombre como él y que sigue produciendo a quienes le rinden reverencia.

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