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El mundo como terreno de ensayo

Germán Arciniegas hace en Nuestra América es un Ensayo una sugerencia fascinante: la historia de Latinoamérica ha servido como terreno experimental para el enfrentamiento de tesis políticas. Casi a la manera del “mercado de ideas” gringo, nuestra vida colectiva desde la independencia ha sido la encarnación de un ensayo. Hemos vivido argumentos, recorrido sus consecuencias y sufrido sus refutaciones. En Latinoamérica, donde lo que estaba hecho fue destruido por la colonia y lo demás falta aún por hacer, la vida se volvió escenario. Somos una novela de ideas. Somos un ensayo que ha tomado forma física.

Tal como los maestros de escritura de ficción recomiendan usar la trama como vehículo para dramatizar el conflicto entre las posiciones de los personajes, la historia latinoamericana ha expuesto, contrastado y sometido a prueba las variadas filosofías políticas que han pasado por aquí. Hemos sido ensayo en el sentido más literal: aquí se ha intentado de todo. Hemos sido un ejercicio retórico de carne y hueso, una discusión materializada, una cadena de silogismos cuyos términos son personas y pueblos. En Latinoamérica la vida es disputatio.

Para que toda una civilización haya podido convertirse en terreno de representación de ideas y de encuentro de argumentos, primero se necesita que sus habitantes se convenzan de que la historia les ha hecho una pregunta. Toda la América republicana, incluyendo a la América inglesa, ha vivido predicándose a sí misma que su misión en este mundo es resolver la cuestión del buen gobierno, un examen en el que Europa había sacado la nota más baja varias veces. Así que, mientras Europa repetía el curso, América se lanzó a intentar, a la manera de Descartes, descubrir el método correcto partiendo de principios elementales. Convertimos nuestra historia en discurso, pretendiendo ver secuencias de tesis en las cadenas de sucesos, tratando de hacer que los hechos cumplieran la función de conclusiones.

Solamente en el siglo XX se volvería a ver un esfuerzo comparable, cuando los soviéticos quisieron convertir la vida humana en demostración de una idea (y todos presenciamos la estruendosa confirmación de que la idea era falsa). En Latinoamérica no hemos decidido todavía qué idea queremos demostrar, porque a fecha de hoy seguimos discutiendo, y aquí discutir significa poner en práctica sistemas contrarios y dejar que los resultados resuelvan la cuestión. El ensayo que somos sigue escribiéndose. Queda por verse si estamos aprendiendo algo del ejercicio.

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