Mi averiguación sobre las cosas que comen los filipinos al desayuno arroja distintas combinaciones posibles de: rollitos de pan, queso blanco, arroz achocolatado, longaniza, tocino, pescado, huevos de pato y café.
Todo suena razonable. Nada de escorpiones, cobras ni pirañas.
¿Entonces por qué les dio a los filipinos por la locura de poner en la presidencia a un matón tan sanguinario como Rodrigo Duterte?
Para darles una idea: antes de graduarse como abogado, le disparó a un compañero de clase que lo matoneaba. De todos modos alcanzó a graduarse (y el compañero sobrevivió).
La solución de Duterte a todos los problemas de la vida es matar gente. Cuando fue alcalde de Davao, aparecía con frecuencia en la radio para leer listas de nombres. Más tarde esas personas aparecían asesinadas. En la ciudad se formaron escuadrones de la muerte, dirigidos por policías y expolicías, que mataron con impunidad a más de mil personas entre 1998 y 2008.
Cuando 16 presos fugados tomaron como rehenes a 15 miembros de una iglesia evangélica en 1989, Duterte hizo parte del equipo negociador y apoyó la intervención armada que dio como resultado la muerte de 5 rehenes y todos los secuestradores. Durante la crisis una misionera fue violada y asesinada por los presos; años más tarde Duterte, siendo candidato a la presidencia, creyó que era buen chiste decir que la misionera era tan bonita que a él le habría gustado tener el primer turno. Por razones que solo Lucifer entiende, el hombre subió en las encuestas.
Duterte se ha mostrado favorable tanto a la pena de muerte como al asesinato extrajudicial en la lucha contra el narcotráfico. Hasta ha invitado a los ciudadanos a matar ellos mismos a los distribuidores de drogas. Bajo su presidencia, que empezó este junio, se ha venido acumulando un conteo de muertos que va por los 1800 y continúa. Cuando Naciones Unidas criticó la dureza de su política antidrogas, Duterte amenazó con sacar a las Filipinas de la organización.
Y ahora el director de la policía filipina ha invitado a los drogadictos a que descarguen sus frustraciones matando a sus distribuidores. Sentémonos y pensemos en las implicaciones por un rato. El director de la policía, cuyo trabajo uno supondría que es preservar el orden y la seguridad, ha sembrado la semilla de una bomba de tiempo social que puede escalar hasta destrozar el país completo.
Piensen en eso la próxima vez que alguien les diga que la solución al delito es la mano dura. De la experiencia ajena sí se aprende.
Todo suena razonable. Nada de escorpiones, cobras ni pirañas.
¿Entonces por qué les dio a los filipinos por la locura de poner en la presidencia a un matón tan sanguinario como Rodrigo Duterte?
Para darles una idea: antes de graduarse como abogado, le disparó a un compañero de clase que lo matoneaba. De todos modos alcanzó a graduarse (y el compañero sobrevivió).
La solución de Duterte a todos los problemas de la vida es matar gente. Cuando fue alcalde de Davao, aparecía con frecuencia en la radio para leer listas de nombres. Más tarde esas personas aparecían asesinadas. En la ciudad se formaron escuadrones de la muerte, dirigidos por policías y expolicías, que mataron con impunidad a más de mil personas entre 1998 y 2008.
Cuando 16 presos fugados tomaron como rehenes a 15 miembros de una iglesia evangélica en 1989, Duterte hizo parte del equipo negociador y apoyó la intervención armada que dio como resultado la muerte de 5 rehenes y todos los secuestradores. Durante la crisis una misionera fue violada y asesinada por los presos; años más tarde Duterte, siendo candidato a la presidencia, creyó que era buen chiste decir que la misionera era tan bonita que a él le habría gustado tener el primer turno. Por razones que solo Lucifer entiende, el hombre subió en las encuestas.
Duterte se ha mostrado favorable tanto a la pena de muerte como al asesinato extrajudicial en la lucha contra el narcotráfico. Hasta ha invitado a los ciudadanos a matar ellos mismos a los distribuidores de drogas. Bajo su presidencia, que empezó este junio, se ha venido acumulando un conteo de muertos que va por los 1800 y continúa. Cuando Naciones Unidas criticó la dureza de su política antidrogas, Duterte amenazó con sacar a las Filipinas de la organización.
Y ahora el director de la policía filipina ha invitado a los drogadictos a que descarguen sus frustraciones matando a sus distribuidores. Sentémonos y pensemos en las implicaciones por un rato. El director de la policía, cuyo trabajo uno supondría que es preservar el orden y la seguridad, ha sembrado la semilla de una bomba de tiempo social que puede escalar hasta destrozar el país completo.
Piensen en eso la próxima vez que alguien les diga que la solución al delito es la mano dura. De la experiencia ajena sí se aprende.
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